“Sobre los cuentos de Jimena Néspolo”, por Marta Aponte Alsina



[En enero de 2018 un jurado compuesto por Marta Aponte Alsina (Puerto Rico), Rodrigo Hasbún (Bolivia), Ariel Urquiza (Argentina) y Daniel Díaz (Cuba) galardonó Las cuatro patas del amor de Jimena Néspolo en la 59° edición del Premio Casa de las Américas, de Cuba. En ocasión de la publicación del libro, por parte de Editorial Comba, compartimos la reflexión de Marta Aponte Alsina sobre los cuentos de Jimena Néspolo.]


Si no recuerdo mal, en algún punto de su delirio la voz que narra Las hijas de Hegel se plantea renovarse escribiendo como mujer. Compleja propuesta, si se piensa que no es necesario fundar esa mirada, pues existe desde siempre. Un campo privilegiado por ella remite a los cuentos tradicionales y maravillosos, incorporados con variaciones en escrituras tan diversas como las de Marosa Di Giorgio, Alejandra Pizarnik, Angela Carter, Joyce Carol Oates, Clarice Lispector, Silvina Ocampo, Angélica Gorodischer, Leonora Carrington. Los mágicos y monstruosos animales domésticos, los misterios arcaicos, señalan lugares censurados. La virtud de la narradora consiste en provocar esa “extraña sensación de vida larvaria”. En el umbral de la revelación se detienen tímidos los personajes, ven lo que la lectora o el lector solo puede conjeturar. Callan; no osan profanar la zona sagrada y ese temor ensobrado en silencio señala el depósito de unas claves: la segunda historia, la historia secreta.
En la biografía de Jimena Néspolo la crítica antecedió a la narradora, o quizás ambas han coexistido en un solo oficio. La misma inteligencia luminosa que sirve para leer acciones vale como pauta para tramarlas. Los relatos que entrega en este libro añaden vigor a una rica tradición letrada, e incluso profundizan la esfera de personajes y situaciones calcados de la cultura de masas. Poniendo en jaque el pensamiento ordenador, sugieren la inmensidad de lo excluido en relatos de metamorfosis, especies híbridas, artefactos transformados en objetos mágicos y espectadores que ven pasar la muerte violenta con la cruel indiferencia de un tiempo sin entusiasmo. Dudo que sea posible pasar con indiferencia frente a estos relatos ominosos y seductores, porque el oficio de contar sigue siendo, acaso más que nunca, una de las columnas del sentido del mundo. Si con frecuencia nos parece que ya todo se ha dicho, la fuerza y la empatía ensanchada de estos cuentos, que diluyen distancias y reconocen signos vitales en las situaciones más intolerables, demuestran la urgencia de vivir y de contar.

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