“A paso lento”, por Jimena Néspolo
Tercera fuente, de Noé Jitrik. Buenos Aires, Interzona, 2019, 96 páginas.
Aquí no hay protagonismo de
la acción, más bien es el devenir modoso y abismal de la lengua sobre quien
recae esta historia que sucede en un receso de verano, sin por eso demandar para
sí el estrellato de la temporada.
En una época que pareciera postular
como valor la astucia y la rapidez (rapidez de los flujos de información,
rapidez de consagración, ¡hasta rapidez de orgasmos promete el Satisfyer!) el
texto se planta en sus antípodas y ya desde el arte de tapa se acompasa con Esopo
y su tortuga, a sabiendas de que la persistencia al fin derrotará a la liebre
de la jactancia. En efecto, el texto registra como enigma el lento paso de una tortuga
por la playa, su desovar impávido, su aparente inmovilidad, junto a la crisis de
un personaje opaco, que en el suceder de las páginas el lector tampoco llega a
conocer del todo.
Que la playa sea paradisíaca
y la familia, ideal, no impide que la frustración se instale cuando el deseo de
infracción trasmuta en melancolía. La novela arranca con un enigma, el del puro
deseo animal: todos los sentidos alertas en busca del goce y frente a esa
interrogación, la lengua luctuosa que avanza:
Ese
mar que vieron al detener el coche en un amplio patio del hotel, con palmeras
llenas de cocos y, más allá, las dos bandas de la arena, una seca y amarilla,
la otra oscura, algo así como el paraíso original que habría visto Colón cuando
puso pie en Guanahani, era una especie de revelación (11)
De
modo que en realidad, en ese instante, comenzó el primer día que fue de
pequeños descubrimientos y correlativos goces; olores fuertes, peces y
pescados, brisas perfumadas, colores desconocidos en el crepúsculo de oro que
ya se insinuaba, la conversación agitada de los niños y esa lenta fatiga de un
merecido darse el gusto los hicieron receptivos al relato (21)
No obstante, tras el
espejismo de la candorosa fascinación se asoma el horror de la Alemania nazi,
reivindicada –de pronto– como paradigma de orden por parte de los hoteleros. Wagner,
Orff y hasta los míticos nibelungos colaboran para que el el Viejo y el Nuevo
Mundo midan sus fuerzas y calibren su promesa de futuro. La aventura libertina de
la “pequeña muerte” (Bataille et al.) muda así su caparazón para tematizar en clave animal el devenir de la filosofía del siglo
XX y su preocupación sobre la estructuración identitaria de sujetos y comunidades:
un cocodrilo que equivoca de aguas en busca de la libertad, poniendo en riesgo
su vida; un perro que cambia de dueño y, por ende, de nombre (si antes respondía
como “Delfín” ahora se sabe “Dragón”) –variaciones de “una fábula clásica, para
contar a los niños antes de dormir” (29).
Pero, ¿a qué responde el
título Tercera fuente? A pocas líneas
de comenzado el texto se hace referencia al cambio imprevisto del personaje, “un
cambio de ánimo tan repentino, o narrativamente arbitrario” que se instala de
inmediato la pregunta de si proviene de su interior o “es otra cosa y hay una
tercera fuente” (15). Esa “terceridad” que tanto ha estudiado el psicoanálisis
francés a fin de comprender la potencialidad simbólica del lenguaje en la
estructuración del sujeto se pone a jugar e invita a la reflexión. Entre otros sentidos, “Tercera fuente” quizá recuerde tanto a la “Tercera posición” que demandaba el General
Perón como al “Tercero ausente” que estudió Norberto Bobbio al calibrar la
importancia de la política frente a la antropología del miedo en la guerra de todos
contra todos.
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