“Escenas de la vida en presente”, por Javier Geist
Una flor que allá no existe,
de Tomás Schuliaquer. Buenos Aires, Caterva, 2019, 191 páginas.
No es casualidad que la primera novela
de Schuliaquer inicie con una cita de El extranjero. Recordemos que el escritor, investigador de
la Biblioteca Nacional, fue uno de los organizadores de la muestra titulada Camus:
un extranjero en Buenos Aires que, entre otras cosas, trajo por primera vez
a la Argentina el manuscrito original de La peste para su exhibición
entre agosto y noviembre del año pasado.
La influencia de Camus estructura el
relato, el cual al igual que El extranjero está dividido en dos partes y
se construye a través de la voz de su protagonista. No obstante, las alusiones
existencialistas se diluyen en lo que podríamos considerar una contundente
narrativización del presente, a
partir de un juego intertextual que, lejos de agotarse en Camus, se
proyecta hacia diversas obras. Así, en un simpático juego posmoderno es que en
esta ficción conviven la Biblia (“tú
eres Pedro y sobre esta piedra edificaré…” Mateo 16:18) con, por
ejemplo, El beso de la mujer araña de Manuel Puig. Es que entre las
voces que recrea la novela está Pochi, quien –como Molina– cuenta películas a su interlocutor, aunque en
tono despreocupado e irónico (“Es un tipo que la va de Bruce Lee, un Bruce que
lee croata que llega a Londres y labura como vendedor ambulante, vende kebab en
la calle, y que ahí un día el chabón está en el puestito y ve que le roban a
una vieja, entonces se mete y faja al chorro” 29).
Por otra parte, el personaje principal hacia el final de la primera parte lleva a cabo una persecución equiparable a
la de Gustav von Aschenbach, de Muerte en Venecia de Thomas Mann, pero
transmutada: Tadzio está equiparado al personaje de Dolores Kaiman, compañera
de facultad a la que solo vio un par veces y comenzó a perseguir de manera
obsesiva (“En ese momento la distingo a ella, Kaiman, que está de espaldas, con
ropa que nunca le vi, que no conozco… Voy rápido, empujo, me putean, me
agarran, pero me suelto y sigo” 100). Los rincones de Venecia son los pasillos
de una inmensa disco que juega con la polivalencia del espacio: “Atravieso todo
ese mundo, ya cansado por tanto esfuerzo, con una voz que no se parece a la mía” (97). Y sigue: “Tampoco reconozco
lo que suena ahora… siento que me chupan la piel y me da escalofríos… nadie en
esta fiesta entiende nada de lo que pasa” (98).
Pero, retomemos la interrogación que
planteaba Micaela Szysniak
al presentar la novela: ¿Cómo se construye una narrativa del presente?
Y, ¿existe una narrativa del presente? Partamos de la idea de que esta
novela transcurre en un eterno presente. La voz de Pedro evoca de manera
constante elementos, costumbres y paisajes actuales mientras juega con una
economía del lenguaje que va floreciendo a través de la narración: de enunciados
cortos y filosos en la primera parte a extensas descripciones en la segunda.
Las redes sociales como instrumento preponderante en la comunicación humana
aparecen en casi todos los párrafos: WhatsApp, Instagram, Facebook, y la lista
sigue. El protagonista no puede mantener un diálogo con sus pares sin revisar
continuamente alguno de los portales y detenerse a contestar. Las
conversaciones virtuales ocupan más espacio que las otras; la realidad es una
página más de la novela y viceversa. “La flor que allá no existe” es, por
tanto, la de una comunicación no mediada por la tecnología.
El desenfreno consumista y el machismo
no son elementos privativos de la actualidad sino la presencia de una tradición
que se manifiesta y se replica en cada uno de los parlamentos del protagonista.
Podemos leerla como el retrato de una masculinidad hegemónica que busca
desesperadamente en el consumo una felicidad, que una vez hallada, se marchita
entre los dedos. Para Pedro las mujeres, la comida y las drogas son elementos
de consumo orientados a obtener ese placer; su existencia hedonista consiste en
un círculo vicioso: del sexo a la ingesta de alfajores helados, del consumo de
drogas con amigos a la seducción de mujeres, y así sucesivamente. Nota: los
tópicos de las charlas recorren estos temas de manera exclusiva.
Una flor que allá no existe es
una obra atrevida. No teme exponer una realidad veloz que debemos detenernos a
observar y cuestionar. Shuliaquer le devuelve a la prosa de estos días la
incomodidad del relato de la tontera del presente. En sus palabras reaparece
ese punctum del que habla Roland Barthes en La cámara lúcida: hay
algo en sus imágenes que nos cautiva e interpela, algo de lo que no somos
ajenos.
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