“FILOSOFEMAS DE LA CRISIS (8)”, por Jimena Néspolo
Comunismo o extinción
Entonces apagás la tele. Tantos meses relacionándote
con el mundo a través de pantallas te están secando. Guantes de látex, tapabocas,
cascos estrambóticos... Cada vez que salís a la calle te encontrás con una mascarita
nueva. En otro mundo y otra era salías a cara desnuda, hablabas escupiendo,
besuqueabas y abrazabas a cualquiera, te amontonabas por vicio, por espectáculo,
por deporte o por show: ¿eras más animal o más humanx? Ahora la consigna es ir
por el mundo a los codazos, y que la corriente eléctrica te parta el cuerpo a
la distancia. ¡Tu cuerpo es tuyo! –dicen. Pero no existe la felicidad en
soledad. Hasta el goce místico supone una superación de la frontera del yo. Una
vida sin besos, sin corporalidad, sin el placer de compartir sólo puede augurar
depresión y autismo.
El ensalmo final sobre el beso que realiza
Franco Bifo Berardi en su último libro, El
Umbral. Crónicas y meditaciones, luego de articular sus reflexiones sobre
la peste vertidas a modo de diario a lo
largo de 2020, es un llamamiento a quebrar el miedo y la miseria psíquica de
nuestras sociedades incapaces de pensar la existencia en términos de disfrute.
Hay
en la filosofía Berardi una vocación por propiciar la circulación de ideas que
vayan al ritmo del presente, que respiren, que dialoguen con sus
contemporáneos, que se enchastren de los dramas de cada día para que, al final
de la jornada, surja un humilde balance, una pequeña oración regalada a la
humanidad como ofrenda. Una filosofía que respira, que no se ahoga en la
banalidad, que marcha al ritmo de lo que acontece, para un asmático –como Bifo–
lo es todo. La respiración está hecha de tránsito y de pasaje, dos movimientos sucesivos
al ritmo de la marcha, exhalar, inhalar, el secreto –un asmático lo sabe bien:
Berardi reflexiona sobre su enfermedad en estas crónicas– está en el pasaje, en
el umbral: permitir que algo salga, para que algo entre, para que algo salga y
así. El “umbral” refiere también a dos instancias claramente opuestas, el linde
entre dos espacios separados puestos en tensión: el 2020 es, en ese sentido, un
umbral. “El virus es la
condición de un salto mental que ninguna prédica política habría podido
producir. La igualdad ha vuelto al centro de la escena. Imaginémosla como el
punto de partida para el tiempo que vendrá”[1]
–dice.
Hace
cincuenta años –recuerda–, “en las librerías de París circulaba una revista
llamada Socialisme ou barbarie. Sabemos cómo terminó esa cuestión. No
supimos crear las condiciones culturales y técnicas para el socialismo, y el
resultado se vio en los primeros veinte años del nuevo siglo: explotación
brutal, precariedad y miseria creciente, racismo, nacionalismo, sumisión de la
inteligencia colectiva a la ignorancia de la minoría armada. Barbarie” (13). El
dilema, la encrucijada de hoy, es aún más acuciante: O el comunismo o la
extinción. La tarea intelectual, entonces, es la de crear las
condiciones para que la sensibilidad de la conciencia se emancipe e imagine el
futuro: si no sabemos crear
estas condiciones, entonces tendremos que enfrentar precisamente el fin de la
humanidad. “De la humanidad como valor compartido, como sensibilidad,
inteligencia y comprensión, pero también de la humanidad como especie: el fin
del animal humano sobre la Tierra”.
En esta coyuntura, el desafío es el de crear
nuevos procesos de subjetivación capaces de reconstruir los lazos sociales en
pos de una conciencia solidaria que quiebre la epidemia de la depresión, la
epidemia del autismo, que el capitalismo ha venido acicateando desde hace
décadas bajo el imperativo único de la máxima competitividad, contenida y
reforzada por la malla famacológica de las drogas lícitas e ilícitas (masas de
trabajadores sostenidos a base de prozac, rivotril, valimun, cocaína y varios etcéteras
más). La psicodeflación a la que nos somete la pandemia, nos permite “salir del
cadáver del Capital; vivir
en ese cadáver apestaba la existencia de todos, pero ahora el shock es el
preludio de la deflación psíquica definitiva. En el cadáver del Capital
estábamos obligados a la sobreestimulación, a la aceleración constante, a la
competencia generalizada y a la sobreexplotación con salarios decrecientes”[2].
La situación actual nos permite reflexionar sobre la posibilidad de suspender el
funcionamiento del dinero, porque quizás aquí esté la piedra angular para salir
de la forma capitalista: “romper definitivamente la relación entre trabajo, dinero y acceso a los recursos. Afirmar una
concepción diferente de la riqueza: la riqueza no es la cantidad de equivalente
monetario que tengo, sino la calidad de vida que puedo experimentar”[3].
Esa
“fenomenología del fin de la historia” a la que el pensamiento de izquierda
asistía con melancolía, que se manifestaba en una serie de dislocaciones
claramente observables (el ascenso de los
medios digitales, la aceleración descontrolada de la vida social, la
precarización del trabajo y la experiencia humana, la disolución de las
identidades locales y la emergencia de fascismos), ha sido de pronto puesta en
jaque por la pandemia, por
eso Berardi alerta que el año 2020 es un punto de inflexión. Hemos entrado en
una mutación desencadenada por la proliferación del virus, que lo envuelve todo
al extremo de bloquear la máquina abstracta de valorización y acumulación
capitalista: “El código económico, que en algún momento establecía prioridades y
medidas del valor, termina siendo reemplazado por el bios que funciona inexorable
como nuevo código de semiotización”. Con la extinción de la humanidad en el
horizonte, el virus actúa pues como un “recodificador universal”: la biósfera
es atravesada por un agente que no puede ser reducido al código abstracto de la
economía. “El sistema de prioridades económicas ha implosionado, se ha vuelto
incapaz de interpretar y de codificar la realidad de la vida planetaria. Ahora
la vida real es ésta: bosques que arden, hielos que se derriten, contaminación
tóxica del aire, pandemia. La historia del capitalismo ha sido la historia del
dominio en expansión de lo abstracto sobre lo útil, pero la carrera hacia la
abstracción fue interrumpida por la repentina inserción de una concreción
material proliferante: el virus”[5].
Franco
Bifo Berardi advierte que es preciso co-evolucionar con el bio-semio-virus, mutar
junto con el efecto psicosemiótico que vuelve necesaria y quizá posible la recodificación del mundo. En eso estamos, pues.
[1] Franco Bifo Berardi, El umbral.
Crónicas y meditaciones. Buenos Aires, Tinta limón, 2020, pág. 31.
[2] “Cansada de procesar señales demasiado complejas, deprimida después de la excesiva sobreexcitación, humillada por la impotencia de sus decisiones frente a la omnipotencia del autómata tecnofinanciero, la mente ha disminuido la tensión. No es que la mente haya decidido algo: es la caída repentina de la tensión que decide por todos. Psicodeflación.” Ibid, pp. 21-23.
[3] Ibid,
pág. 35.
[4] Ver de Franco Bifo Berardi: La fábrica de la infelicidad. Nuevas formas de trabajo y movimiento global. Madrid, Traficantes de sueños, 2003. Generación Post-Alfa: patologías e imaginarios en el semiocapitalismo. Buenos Aires, Tinta Limón, 2007. Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva. Buenos Aires, Caja Negra, 2017.
[5] Bifo Berardi, El umbral, p. 172.
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