“FILOSOFEMAS DE LA CRISIS (2)”, por Jimena Néspolo
Comunismo o barbarie
Entonces
prendés la tele. Querés distraerte un poco, olvidarte de tu cuarentenado
encierro. No podés mantener la concentración de la lectura, ninguna película te
atrapa ni sofrena la ansiedad que te empuja al zapping en red. Das la vuelta al día en ochenta mundos pero
antes de apagar la pantalla te das cuenta de que solo te detuviste en los canales
de noticias. Las imágenes de ese afuera se superponen con las que venís
recolectando de los días anteriores: mientras que águilas de cola blanca se
dejan ver en los jardines ingleses y cristalinos canales venecianos –desprovistos
de barcarolas de turistas– se hacen hospitalarios para la circulación de cisnes
y delfines, el Pentágono da a conocer las grabaciones de tres avistamientos de
ovnis, una horda de civiles armados con rifles de asalto entran al parlamento
de Michigan para presionar a los
congresistas a fin de que la economía vuelva a la normalidad, en Quito queman
cadáveres en las calles, en Nueva York los amontonan en camiones refrigerantes
y en Buenos Aires se organiza una caceroleada para frenar el avance del comunismo.
Se habla de “paraíso despoblado”, de “ovnis”, de “normalidad a punta de pistola”,
de “miles de cadáveres” y de “comunismo”, sin comillas que delaten el brulote,
la distancia o la gracia. Entonces apagás la tele y tratás de recordar las
razones de tu encierro. La campaña de concientización se pretende nacional y
popular pero la infodemia no reconoce fronteras. Afuera está el enemigo… ¿pero
cómo identificarlo si es invisible? ¿Vendrá con los Extraterrestres, los Migrantes,
los Presos Liberados o los Kukas? ¿Es el Coronavirus o el Comunismo? En el
paraíso desolado de tu encierro todo “Otro” se vuelve amenaza y la fantasía apocalíptica
se impone como último remanso. Consumís series, novelas de género, cogés con
forro y barbijo, entendés que no existen los zombis pero tu umbral de sorpresa
se ha desplazado tanto en los últimos meses que si te anoticiaras que Fantomas ataca de nuevo contra los vampiros multinacionales de
inmediato llamarías al súper para aprovisionarte de papel higiénico y Coca-cola.
Hace
diez años, cuando el Comunismo era una extravagancia de académicos de salón, los
filósofos más reputados de Occidente podían encontrarse en el Birkbeck
School of Law para debatir “sobre la idea del comunismo”[1] y
la conveniencia de su futuridad, sin que el “call center” del PRO intentara
sublevar a lxs vecinxs de Palermo Soho en una nueva rebelión de cacerolas. Pero
eso fue antes de que se estatizara Alitalia y de que el estado alemán tomara el
20% del capital de la aerolínea Lufthansa, antes de que el Reino Unido
nacionalizara “temporariamente” sus ferrocarriles y de que la Comisión Europea
evaluara la posibilidad cierta de estatizar empresas a mansalva a fin de evitar
el quiebre del sistema; también fue antes de que del proyecto de ley para
gravar las grandes fortunas argentinas existiera y tuviera serias chances de
entrar en discusión en el Congreso. Como sea y porque ya lo dice el refrán –si
el río suena… hay cien volando–, vamos a lo nuestro: ¿de qué hablamos cuando hablamos
de comunismo?
En
su reciente libro, Pandemia. La covid-19 estremece al mundo, Slavoj Žižek plantea que la coyuntura actual nos enfrenta
a dilemas radicales, eminentemente políticos, donde la no intervención del
Estado condena a los ciudadanos a una suerte de nueva barbarie al estilo de Mad Max: un mundo en que la lucha general por la supervivencia, frente a la
amenaza perentoria del hambre y la degradación del medio ambiente, termina
consolidando el poder del más fuerte. En una sociedad como la norteamericana,
donde está naturalizado el uso de armas, este escenario se presiente a la
vuelta de la esquina; por eso –dice Žižek– es un error asumir la crisis desde
una pasiva apoliciticidad a la espera de que vuelva lo antes posible la
normalidad. “Deberíamos seguir a Immanuel Kant que escribió con respecto a las
leyes del estado: ʻ¡Obedece, pero piensa, mantén la libertad de pensamiento!ʼ
Hoy en día necesitamos más que nunca lo que Kant llamó el ʻuso público de la
razónʼ. Está claro que las epidemias volverán, combinadas con otras amenazas
ecológicas, desde las sequías hasta las langostas, por lo que ahora hay que
tomar decisiones difíciles”[2].
Ya con la aparición del SARS-1, allá en el 2003, se especulaba que esta nueva
mutación del virus podía llegar a aparecer y, sin embargo, nada hicieron los poderes
fácticos para evitarla. Frente a este escenario, se evidencia la necesidad de
que el Estado asuma un papel activo: organizando la producción de insumos de
urgente necesidad (mascarillas, barbijos, respiradores, camisolines, etc.),
secuestrando hoteles, clubes y centros turísticos a fin de garantizar tanto la
internación de los contagiados como los puestos laborales de los empleados
encargados de su funcionamiento,
regulando el mercado interno para asegurar que no se genere un
desabastecimiento de alimentos y de todo bien necesario para la comunidad,
impulsando el desarrollo de un sistema de salud integral capaz de afrontar esta
crisis y evitar las venideras, como mínimo espectro de acciones de base.
El pánico que estamos experimentando, entonces, da cuenta de que
algún tipo de progreso ético está sucediendo en nuestras sociedades que ya no
están dispuestas a aceptar sin más la fatalidad de las pestes medievales donde
un grueso de la población moría y el otro se entregaba a la oración pensándose
en manos de un designio divino. Que los adultos mayores sean la población que
más en riesgo se encuentra y que los jóvenes y los niños sean quienes
mayormente sufren y toleran el confinamiento con el claro objetivo de cuidarlos habla, si no de un progreso moral,
de un claro renunciamiento a la propia conveniencia. Los jóvenes de hoy no escriben
con sus vidas el Diario de la guerra del
cerdo –como se recordará la novela de Adolfo Bioy Casares, publicada en
1969, se orquestaba sobre la idea de una batalla generacional en la que los
viejos eran víctimas de una caza despiadada– por varias razones no
necesariamente excluyentes: son la población más desposeída del planeta (el
grueso de los bienes materiales está en manos de gente adulta), no poseen los
bienes simbólicos capaces de articular su demanda (los niños no tienen “voz”), se
culpabiliza y castiga toda infracción y/o tienen una conciencia
moral altamente desarrollada que habría que festejar. Llegados a este punto cabe
preguntarse cómo hubieran reaccionado los jóvenes del Mayo del ´68 francés a
este confinamiento forzado o, sin ir tan lejos, nuestra generación Parricida de
mediados de la década de 1950. Mejor no responder, ¿verdad?
Por tanto, si aún se percibe al comunismo como palabra o “idea
peligrosa” es porque está necesariamente asociada a la recuperación del ideal
emancipatorio de lxs sujetxs y al desarrollo de su puesta en práctica. Más allá
de la galería de episodios infames que arrastró a lo largo del siglo XX, la
vuelta de tuerca que ofrece la dialéctica marxista sigue siendo –al decir de
Terry Eagleton– altamente operativa al responder a todas las variedades del
idealismo de manera tajante: solo la materialidad nos liberará de la insípida
compulsión de lo material. La libertad no significa, pues, estar libre de
determinaciones, sino estar determinados de tal manera que podamos
relacionarnos de un modo transformador e independiente en relación a nuestros
determinantes. “Y el comunismo, que nos permitiría hacer esto en el plano
material, es en este sentido la cumbre de la libertad humana”[3].
Como formuló claramente Jacques Rancière,
“el futuro de la emancipación solo puede significar el crecimiento autónomo del
espacio de lo común creado por la libre asociación de hombres y mujeres que
pongan en vigor el principio igualitario”[4].
Contra la meritocracia individualista y la tiranía del Capital, repensar pues el
comunismo implica incluir ante todo la investigación y el desarrollo de ese
potencial de la inteligencia colectiva intrínseca a la construcción y la
vivencia de la communitas. Porque no
estamos –no– en el “mejor de los mundos posibles” que soñó el Cándido (1759) de Voltaire, este comunismo de la emergencia como antídoto al desastre capitalista se ofrece hoy
como la manera más racional de evitar la barbarie.
[1] El resultado de ese
encuentro fue publicado en el volumen conjunto Sobre la idea del comunismo. Alain Badiou, Toni Negri, Jacques
Rancière, Slavoj Žižek y otros. Analía Hounie (comp.) Paidós, Buenos Aires,
2010.
[2] Cfr. Žižek, Slavoj. “Comunismo o barbarie, ¡así
de simple!” en: Pandemia. La covid-19 estremece al mundo. Barcelona, Anagrama, 2020.
[3] Eagleton, Terry. “El
comunismo: ¿Lear o Gonzalo?” en: Sobre la idea del comunismo. Ob. cit., p. 97.
[4] Rancière, Jacques. “¿Comunistas sin
comunismo?” en: Sobre la idea del comunismo.
Ob. cit., p. 177.
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