“CORONA-KILLERS Y OTROS DEMONIOS (2)”, por Florencia Eva González



Tu querida presencia
  
La presencia es estar allí con brillo de existencia desinhibida, promesa de comunicación sin mediaciones, experiencia no alienada de encuentro en cuerpo presente. La idea de presencia física propone, además de una imagen, volumen y corporeidad, rostro, tacto, emoción no diferida y el compartir olores, registro de instinto animal subrepticiamente relacionada con el sexo y con los mensajes no verbales que emite el cuerpo. ¿Por qué la presencia podría ser tan deseable? Sea por lo que fuere, estar presente implica la puesta en escena de lo presuntamente real, un intercambio, el sentir de un mismo pulso en el  ejercicio vital en determinada historicidad y espacio puntual. Esa exposición en mutua correspondencia y disposición de tiempos y distancias, supone un riesgo. Un riesgo que no se mide y en cuyo peligro anida el deseo de experimentar qué sucede con el otro, frente y a pesar de él. En tiempos de aislamiento por pandemia y con tanto encuentro virtual, el habitual cara a cara, cuerpo a cuerpo, adquiere una dimensión nueva, acentuado por la incertidumbre y la falta de comunión que era habitual.
Vedada la presencia, la tecnología globalizada nos entrega opciones de encuentro a través de Skype, Meet, Hangouts, Zoom, Jitsi y con otras aplicaciones similares que permiten más equívocos existenciales, como estar en dos lugares fallidos en el mismo momento equivocado. En tiempo de vínculos desperdigados y virtuales, su base inmaterial abona la idea ilusoria de presencia infinita, pura y sin mediaciones. Las reuniones mediadas por la tecnología, permiten olvidar en su magia, la proyección de una imagen de sí que toma los rasgos de nuestros rostros haciendo con ella su marca identitaria.
En el mercado de las presencias y de “hacer presencias” - las personas realmente importantes solo se presentan en las previas -, la tecnología brinda herramientas para la presencia remota y pospuesta, de modo que la presencia física resulta una opción más y la menos frecuente. Las interfases digitales diluyen el cuerpo y el concepto de obra. Con la virtualidad disponiendo nuevas formas de ausencia, los mensajes, el contenido y las personas son menos relevantes que el medio que las transmite. Así, el rodeo sobre lo que se produce se vuelve más importante que el propio producto así como un live se torna más importante que un libro, el trailer que una película y una propuesta visual, lo mismo puede verse digitalmente. De la misma manera, la entrevista que explica una proyección se impone a la proyección, y una conferencia en vivo, al texto escrito que le da sentido.
Cada cuerpo como cada rostro, brinda con sus matices una capacidad infinita de imágenes. De ahí que la cámara puede captar la misma escena a través de múltiples puntos de vista. No existe ningún saber que se constituya en la conciencia de la imagen, ni detrás ni sobre ella. La imagen no atrapa al objeto, más bien se le escapa disponiendo un orden de cualidades que se impone en la psiquis. La capacidad de inscripción de la imagen es fuerte y así como la forma de crearla presupone un acto político y existencial,  el acto de mostrar o mostrarse también implica decisiones, aunque no sean asumidas. Las imágenes en su vocación de aprehender la cosa “real”, perfora el mundo de la percepción y la atrapa por su contenido análogo con el objeto: ese rostro que me ve y que se muestra mientras hablo tiene una relación de similitud y semejanza con el rostro que creo que me es propio. Esa virtualidad dispone icónicamente los rostros antes conocidos y más o menos queridos, en desdibujadas e intuidas figuras en el recuadro. Quién mira adivina. Y debe conciliarse con esa virtualidad olvidando que esa imagen es una sombra, ausencia, presencia que se niega y se escapa.
En un mundo donde la presencia se reduce a ponerse frente a pantallitas partidas, mal iluminadas y fuera de foco, no era novedad la monetización de likes y deditos para arriba cuantificados. La pandemia exacerba y totaliza su utilización, y augura mecanismos de mercantilización todavía más diversificados. La socialización que se diluye o se convoca a través del Instagram despliega una estética cuyo diseño de sí, articula un gran vacío que habla del diseño de sí. La circularidad es la que habla. Y su cálculo, con la velocidad de un click, mide el desarrollo virtual sin involucrar necesariamente la creación, ni la novedad, y se torna número en el diseño de su trazabilidad sin saber ni necesitar sopesar su contenido. Sólo su flujo, nutrido de suma de corazones.
Las vanguardias pensaron en términos de diluir el objeto en un concepto. Las redes redoblan la intangibilidad: disuelven no sólo el objeto sino que absorben también la presencia del sujeto. En esa lógica, la presencia es tal si existe en la red y alucina con la potencialidad de un alcance global cuando en verdad influye de acuerdo a pequeñas sectas, selectos grupos; un sectarismo global de homogeneidades.
La repercusión social necesita de las redes o acaso, ¿podría existir un ejercicio de la política o del arte, o de relaciones laborales e incluso personales que puedan florecer y expresarse por fuera de ellas? ¿O es que en la virtualidad anida la reserva vital del lenguaje de las artes y de la política, y debemos ser parte de su reproducción, o eventualmente, de la resistencia a ella en ella?
En la época de reproductibilidad de casi todo lo físico, la presencia humana es una de las únicas cosas que no puede ser multiplicada indefinidamente. Es un recurso de escasez inherente. La economía que regula la presencia no sólo es relevante para las personas cuyo tiempo es demandado y que pueden venderlo, es aún más relevante para quienes tienen múltiples trabajos para vivir, o incluso para no vivir, y también para aquellos que deben coordinar microtrabajos o quienes están en espera permanente, con la esperanza de que su tiempo y presencia eventualmente pueda ser intercambiable por algo más. El aura de la preciosa presencia, no alienada e inmediata, es una reverberación asincrónica en el continuo colapso de las planificaciones de los demás.
No es exagerado decir que Marina Abramović, pionera de la performance, es una de las artistas contemporáneas más importantes del mundo, por su originalidad y posiciones de exceso y riesgo. Su resistencia consiste en poner el cuerpo pero puede verse por youtube. En el 2013 se realiza el documental “Marina Abramović. The Artist is Present” mostrando sus principales obras, entre ellas una del Museo de Arte Moderno de Nueva York exhibida en el 2010 cuyo título le da nombre a la película. Esa performance constaba de la presencia de la propia Abramović, que durante tres meses en jornada completa, estaba sentada en una silla frente a una mesa, inmóvil y en silencio. Los visitantes iban pasando por la silla vacía que se encontraba enfrente e intercambian miradas con la artista experimentando reacciones muy diversas. La obra no solo valoraba como forma y significado la presencia de la artista sino que también apreciaba el tiempo presente, una puesta en escena de la novedad frenética del momento, redefinida permanentemente. La performance de la artista recuerda el culto a la presencia personificada, única y comprometida, emotiva y abismal que hoy nos falta. Presencia de la que no puede hacerse copy-paste como en las expresiones digitalizadas en la implacable cuantificación de todo.
La presencia física implica una disponibilidad permanente sin promesa de compensación. En una función declarativa performativa social, el cuerpo como obra del ser, porta un valor con una riqueza intangible, un valor potenciado en su condición irrepetible. La presencia es un estar que puede ofrecerse al otro, un compromiso, incluso una posición política, una actividad de ocupación en tiempo y espacio que pone en estado de ser, al pensamiento y la afección. A pesar del avance telemático y que nos vamos acostumbrando a él, la falta de presencias y el despliegue de la ausencia que se impone actualmente, en formas de socialización diferida y disociada, tienen consecuencias que no se pueden medir. Mientras, el imperio de la imagen en la época de súper reproductibilidad técnica gana terreno como un moebius replicando imágenes de presencias, presencias de presencias, espirales sin necesidad de jerarquías, autenticidad ni centro.


* Ilustraciones de Paula Adamo

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