“Las marcas de la crisis”, por Javier Geist



Indeleble, de Paula Tomassoni. La Plata, Estructura mental a las estrellas, 2018, 220 páginas.

En Introducción a la literatura fantástica, Todorov menciona a un género que se encuentra en uno de los extremos del fantástico: el extraño, que relata acontecimientos que pueden explicarse perfectamente por las leyes de la razón, pero que son, de una u otra manera chocantes, singulares, inquietantes y que, por eso mismo, “provocan en el personaje y el lector una reacción semejante”[1]. La novela de Tomassoni parece encajar en estas características: la historia se inicia con la protagonista observando el cadáver de su marido mientras reflexiona, sorprendida, que la camisa que él lleva puesta no combina para nada con el cortinado del fondo. A ese detalle debemos sumarle el interesante juego en el que se superponen dos líneas narrativas, una correspondiente al pasado de la protagonista (narrado en primera persona) y otra, a su vida luego de enviudar repentinamente (narrado en tercera). En esta última se destacan, en la escena del velorio, algunos comentarios irónicos como “Le habían pegado los labios con la gotita para mantenerle la boca cerrada y tenía el aspecto de una marioneta mal cosida” (49) o “había puesto un trapo bajo el cajón porque chorreaba (…) el verdadero peligro, agregó Julia, no era que se derritiera, sino que explotara”. Escena que recuerda al relato Junto a un muerto de Maupassant, sólo que acá no es el miedo el sentimiento preponderante sino la risa o la conmiseración. 
En Indeleble las marcas de una época (la Argentina del 2001) van apareciendo poco a poco y convierten lo extraño en una prosa de la crisis. Es interesante reparar en que esta invasión de lo extraño sobre lo real se da de manera progresiva: inicia con detalles como “Le pido a Ricardo que me acompañe y entro a un local de Todo por dos pesos” (55), pasa por la crisis energética (“No hay luz en toda la zona porque hasta las dos de la tarde hay un corte programado”, 44) y, hasta ahí podría ser cualquier escenario de mediados o fines de la década de los 90; pero, con el pasar de las páginas nos encontramos con las marcas de la crisis económica (“todos hablaban de los mismo. La fuga de capitales de los bancos y la negociación con el FMI que prometía mandar el rescate”), la indignación popular (”Julia le explicó a su tía que, después de comer algo, iban a salir a cacerolear”, 161), la crisis social (“se había enterado de que había saqueos en algunos puntos de la ciudad”, 179),  y por último, el estado de sitio (“Las bombas de estruendo se sentían cada vez más fuertes”) que nos dejan en medio de aquel diciembre de 2001.
La reconstrucción de un pasado crítico de la historia argentina no es lo único que propone esta obra. El ambiente es un reflejo de las crisis de la protagonista, quien primero lucha por convencer a su esposo de realizarse un tratamiento de fertilidad y que después, luego de su suicidio, debe enfrentar el mundo sola. No podemos ignorar la pertenencia a un estrato social, la clase media, que opera determinantemente en la construcción de la figura femenina y que es clave en la generación de contradicciones en la protagonista. En este punto podemos establecer una comparación con Leche merengada (2015), primera novela de la autora, ya que en ambas se narra la lucha de la mujer por lograr su independencia en el marco de una sociedad desigual que todo el tiempo impone sus reglas de juego y, a su vez, invita a colisionar el proceso de su deconstrucción. La perspectiva de la escritora es un detalle clave para comprender este aspecto de la novela. Ella misma afirmó que quería escribir “sobre la mujer de clase media y sus mandatos sociales. Una historia ligada al machismo visceral y paralizante ejercido por un ejército de mujeres que le pusieron el cuerpo a los valores tradicionales morales y el deber ser. Mujeres que entienden la rebelión como una clase de gimnasia o un Martini”.





[1] Todorov, Tzvetan. Introducción a la literatura fantástica. Premia editora S. A., México, 1981, p. 35.

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