“LITERATURIDADES DE LA PESTE (3)”, por Jimena Néspolo
Miseria también es la América
tilinga
El barrio sintió la humillación impotente de quien
ha sido abofeteado. El recuerdo de Villa Basura, deliberadamente incendiada
para expulsar a su vecindario como si fueran la misma peste era un temor
siempre agazapado en el corazón de los pobladores de Villa Miseria. Pero no era
el fuego sino una implacable razia policial la que ahora los amontonaba en una
ínfima celda. ¿Cuál es nuestro delito? –se preguntan–. ¡Ser pobres! –responde
Fabián Ayala, el más avispado. Al cabo de varias horas, Aureliano, que debe
presentarse a tomar el turno de enfermería en el sanatario donde trabaja, exige
que los liberen. Logra llamar al gerente de la clínica… Los interrogan. Salen.
Este no es un nuevo y desangelado parte sobre
el cercamiento de Villa Azul, o sobre las campañas en la 1-11-14 o la Villa 31,
observadas en los últimos partes gubernamentales y sanitarios como epicentros
de contagio del SARS-CoV2. Es el comienzo de la novela de Bernardo Verbitsky, Villa Miseria también es América,
publicada en 1957. Más de sesenta años han pasado desde entonces, los
asentamientos ya no son (solo) de chapa o de cartón prensado, pueden levantarse
en grotescos edificios de hasta tres pisos,
pueden también intercambiar los nombres y las locaciones, Villa Mugre, Villa
Perrera o Villa Desesperanza se multiplican tanto en los márgenes de Buenos
Aires como de cientos de ciudades latinoamericanas, pero la ignominia de la
falta de agua y de un sistema cloacal digno se mantiene idéntica a la reflejada
por Verbitsky –“eran todos ofendidos y rebajados en su condición de seres
humanos en esos lugares resbaladizos, en esos fangales repugnantes donde se
pierde el respeto de sí mismo”[1].
Desde Villa Miseria también es
América, una
novela donde todos los personajes villeros tienen nombre y adquieren junto a la
narración omnisciente progresiva conciencia de clase, y Las tierras blancas
(1956) de Juan José Manauta, que narra las peripecias del hambre de una madre y
su hijo en un asentamiento en la periferia de Entre Ríos, hasta llegar a La Villa (2001) de César Aira, hecha con
casuchas y villeros innombrados que ofician como escenario de cartón pintado
capaz de animar las diarias sesiones de gimnasia de Maxi, el protagonista, pasó
bajo el puente de la segunda mitad del siglo XX el “apogeo y la decadencia”[2]
de una ilusoria clase media. Si las primeras dos ficciones pueden ser leídas
como novelas de denuncia frente a nuevo paisaje urbano, que destila desigualdades
y fantasías de progreso generadas por las políticas de industrialización del
primer peronismo; en la última se evidencia ya la consolidación de una clase
deliberadamente esforzada en mantenerse a distancia de los sectores bajos, mientras
que el impulso de las políticas económicas de la década de los ´90 –desindustrialización
y precarización progresiva del empleo– la empuja más y más a la pobreza. Con
todo, la novela de Aira tiene la gran virtud de diseñar un caràcter singular recurrente en cantidad de ficciones de época hasta
bien entrado el siglo 21, un personaje tipo que sintetiza el régimen
escópico hegemónico de nuestro presente: el/la Tilingx.
Puesto en situación, ¿qué ve el/la Tilingx en la villa? ¿Ve
pobreza, marginación, violencia contenida y fatalismo? ¿Cruje en el afán de denuncia
que animó a Verbitsky y a Manauta?
No. Al internarse de noche en las grandes avenidas desoladas de la miseria, el/la
Tilingx ve el fantoche de una ciudad llena de guirnaldas que derrochan una luz
que nadie paga, ve la energía cumbiera y libidinal liberada como reflejo
invertido a su pacato puritarismo, ve cartoneros pijudos, ve malas y buenas vírgenes
travestis que se ofrecen como diosas, ve narcos architatuados y oscuras damas gualicheras.
En suma, ve exotismo trash altamente fungible
en el mercado clasemediero que tracciona.
Puesto ya en rol de funcionario, de gestor,
de jefe de gobierno o secretario de cultura, ¿qué hace el/la Tilingx
frente a los problemas existentes en los asentamientos villeros? ¿Sanea? ¿Alimenta?
¿Educa? ¿Construye nuevos barrios? ¿Diseña una red cloacal y un sistema racional
de aguas? No. Pone un McDonald´s en el centro de la villa para que la gente
coma más mierda, o disfraza su cínica indiferencia con teorías salvajes y relativismo
cultural, o hace de la precariedad una marca identitaria o, si encuentra alguien
que escriba lindo, es decir que cuente la pobreza como simpática aventura de
negrxs cogederxs, se lx lleva a ferias internacionales para que allí mueva el rabo con sus
monerías. Se sabe: el/la Tilingx siempre encuentra un micrófono que amplifique
el vacío de su voz, no hay nada más tranquilizador para el mainstream que una buena paja presentada como arte de denuncia.
Así estamos. Pero la peste ha colocado la vara
del pathos en el horizonte. Frente a
la desesperación de muertes evitables, la estulticia de gobernantes y
funcionarios ineptos, que cuando no “hacen plancha” sazonan las arcas de
negocios multimillonarios[3],
los ánimos se recalientan. Entonces el/la Tilingx abre la boca y queda más desubicado
que chupete en el culo: dice –por ejemplo– que la tierra es plana y que el
virus no existe porque no lo ha podido ver, dice que la propiedad es propia, que
el trabajo se trabaja, que su libertad es libre, o despotrica por la falta de
fútbol, de normalidad y de shopping. Es que el/la Tilingx hace gala de su estupidez; a
diferencia del pudor del obrero, que se piensa ignorante y entones busca, o
bien disimular su ignorancia, o bien emanciparse con el saber, el/la
Tilingx exige que su idiotez sea escuchada con las ínfulas aristocratizantes
que le da su climatérica billetera –que blande en cada momento de peligro–. El/la
Tilingx es individualista y se cree liberal al extremo, si lo apuran en
autodefinirse se dirá clase media aunque en su fibra íntima abstrusamente se
autoperciba cerca de Bill Gates o Paris Hilton.
Pero detengámonos en esa sabia imagen del refranero popular: Desubicado como chupete en el culo. El
chupete en el culo denota un infantilismo fuera de lugar, sujetos con el
síndrome de Peter Pan que farfullan bizarrías, una gracia festejable desde luego
si la urgencia no marcara la agenda del presente e impusiera la diferencia
entre hablar por la boca o chupetear por
el culo…
Sea. Mejor detengámonos –entonces– a
calzarnos el barbijo y volvamos a nuestra América Tilinga, hija natural de la Miseria, que
despreocupadamente, año a año, se empecina en abortar un feto fascista.
Como señala Pedro Orgambide, Villa
Miseria también es América surge como respuesta al jolgorio antiperonista
que instaló la llamada Revolución Libertadora de 1955, que percibía a esas
masas migrantes trabajadoras como encarnación del peligro[4].
Su título indica que lo que se cuenta allí
es posible transpolarlo a los asentamientos marginales de Paraguay, a la barriadas
de Perú, a las “ciudades perdidas” de México, a las
favelas de Brasil... En la ficción de Verbitsky hay chaqueños y paraguayos,
gente que viene de aquí y de allá en busca de trabajo, las hablas de estos personajes
que se desplazan en busca de una mejor vida se integran en una prosa que fluye
natural y sencilla. Seis décadas después, de norte a sur, la economía de
América sigue dependiendo de esa masa precarizada y migrante, que refrenda la
razón determinista del sistema. He aquí la horrorosa novedad que tiene para
ofrecer la pandemia americana al mundo. Asentamientos marginales a las
metrópolis, lindantes a grandes basurales olvidados de todo programa de salud,
donde habitan niñxs y adultxs mal comidxs son el pasto
fértil que sostiene la supervivencia de pocos. La multiplicación pavorosa de
esas muertes, esos “nadies” que engordan las estadísticas para el morbo de
cínicos y CEOS, evidencian de manera flagrante el pathos de un presente frente al que cualquier alegre devaneo se
vuelve simple y tajante tilinguería. Para que “nadie” se sienta aludido
entonces, llamaremos pues a ese ethos, esa
forma de estar en el mundo que sostiene por acción u omisión el actual estado de
cosas: la América Tilinga.
*Ilustraciones de Paula Adamo
[1] Verbitsky, Bernardo. Villa Miseria también es América. Buenos
Aires, Sudamericana, 2003, p. 37.
[2] Cfr. Adamovsky, Ezequiel. Historia de la clase media Argentina. Apogeo
y decadencia de una ilusión, 1919-2003. Buenos Aires, Planeta, 2009.
[3] Ver la nota de Gabriela Massuh,
“Crónica de una muerte anunciada” en: El
cohete a la luna, 24/5/2020 https://www.elcohetealaluna.com/cronica-de-una-muerte-anunciada-2/.
Y también, de Natalia Gelós, el artículo “Pandemia porteña: la injusticia
social obligatoria” en: Crisis, 15/5/2020 [https://revistacrisis.com.ar/notas/pandemia-portena-la-injusticia-social-obligatoria].
[4] Una
serie de notas que Verbitsky publicó en esos años en el diario donde trabajada,
Noticias Gráficas, habría sido el
puntapié inicial de la novela; al autor se le atribuye incluso haber acuñado la expresión “villa miseria”. Cfr. Orgambide, Pedro. “Prólogo” en:
Verbitsky, Bernardo. Villa Miseria... Ob. cit.
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