“Espectros del porvenir” por Rosana Koch



Tres maneras de decir adiós, de Calara Obligado. Madrid, Páginas de espuma, 2024, 132 páginas.


Al principio fue el título, Tres maneras de decir adiós, y ese título determinaba el hilo argumental: tres historias de mujeres de diferentes generaciones, madres, hijas y abuelas que se enfrentan al duelo, al dolor. Toda la vida nos estamos despidiendo, dice la autora, decir adiós forma parte constitutiva de los ciclos de la vida y de nuestro proceso de transformación, incluso en estos tiempos fuera de quicio. 

Y si en la génesis de este libro estuvo primero el título, luego le siguió la estructura, porque en la poética de Clara Obligado la forma está milimétricamente diseñada. ¿Son Tres maneras de decir adiós episodios de una misma novela o son cuentos cuyos ejes en común se expanden con diferentes modulaciones? Un terreno difícil de definir. Lo cierto es que hay una búsqueda estética por las formas literarias híbridas, “degeneradas”, que desbordan los géneros. En este caso, la autora potencia y experimenta con las posibilidades y límites entre el cuento y la novela. Los tres relatos largos de cincuenta páginas cada uno –en homenaje a su maestra Alice Munro-, aunque refieren historias y poéticas diferentes, guardan entre sí una interdependencia y autonomía simultáneas. Esta modalidad propone una lectura en clave detectivesca, en donde la condición fragmentaria permite el silencio y la reflexión necesarios para que el lector descubra los nexos entre las tres historias y por qué no, con toda su obra.   

El libro se agrupa en tres relatos, “El héroe”, “Tan lleno el corazón de alegría” e “Idioceno”, que podrían ser uno solo, como ya he mencionado, por las costuras que bajo su superficie reúnen a sus protagonistas en un linaje común: femenino y familiar, por los cruces y continuidades entre madre, hija y abuela; y ficcional, por los motivos, objetos y personajes que circulan de un libro a otro.  

“Veo a los muertos del pueblo como te veo a ti. Los veo, los confundo con los vivos, convivo con ellos” (46), dice la protagonista del primer relato (“El héroe”), una escritora de 40 años que se muda con su hijo a un pueblo rural desolado de Castilla para transitar el duelo por la pérdida de su marido, un fotógrafo que ha desaparecido en la guerra de Irak. El relato comienza con el diálogo entre la narradora y el fantasma de su pareja: “¿Habrías venido conmigo, te hubieras dejado arrastrar hasta este pueblo, donde nunca pasa nada?” (11). El héroe, visto desde una perspectiva trágica (el relato está lleno de indicios-señales que preanuncian el final), alude al protagonista de la Odisea –obra que atraviesa los tres relatos– que va en busca de su gran batalla, la mejor foto. Sin embrago, en su gesta heroica deja huérfana a su familia y no deja de aparecérsele. Ella no sabe qué le sucedió, “si por lo menos tuvieras una tumba” (36), le dice. El fantasma actúa como una figura de la alteridad con la que se puede aprender a convivir y así lo experimenta la narradora: ella le habla, le reprocha, él la acompaña, la consuela.

Además de figura temática, lo espectral puede pensarse como figura conceptual. El fantasma se ubica en un “entre”, en una frontera entre lo que se va y lo que no cesa de regresar. La desaparición, al ser una muerte sin cadáver, se convierte en una especie de no-muerte. En ese estado, el desaparecido es una figura espectral desprovista de espacio y tiempo. 

 | tres relatos que podrían ser uno solo, por las costuras que bajo su superficie reúnen a sus protagonistas en un linaje común |

El escenario es un pueblo de España suspendido en sus propias tragedias. Al igual que en Pedro Páramo, lo espectral apela a una poética que permite indagar la no linealidad de la historia y a revelar sus capas temporales compuestas por memorias, herencias y violencias que coexisten en un presente complejo y enrarecido. Para Derrida [1], concebir un tiempo diferente no es solo un desafío epistemológico, sino también político y ético. Los espectros ponen en escena esa temporalidad fisurada, agrietada, que desestabiliza y disloca el presente. Nos visitan del pasado buscando establecer un vínculo ético con el presente. “… me parece que a mis espaldas pendula una sombra” (34). El espectro de Olalla, en particular, joven víctima de la Guerra Civil Española y del escarnio de un pueblo, habita la casa de la protagonista. La ruina de un presente perforado emerge en esa voz espectral en forma de llanto, lamento y quejido. Su asedio denuncia a una sociedad española desmemoriada que se sumió en el silencio y el olvido institucionalizados. “Una muerte es todas las muertes, una guerra todas las guerras y es la violencia todas las violencias” (55). La historia de Olalla también se impregna de la experiencia biográfica de Clara Obligado, marcada por el exilio y las resonancias de los desaparecidos en Argentina. 

Aunque la autora explora la escritura como proceso y como objeto de indagación en todos los relatos, es en el segundo donde la reflexión metacrítica forma parte tanto de la trama como de la estructura discursiva. “Tan lleno el corazón de alegría” logra construir así un escenario polifónico. Los planos narrativos incluyen, por un lado, la voz de Emma, protagonista del relato anterior que reaparece varios años más tarde. Ahora es una escritora de 70 años que tiene una hija, una nieta, un amante y reflexiona sobre “el mito de la madre perfecta” (65), la vejez y las posibilidades del amor maduro. Para Emma, teclear, borrar, tachar, volver a redactar se convierten en una dinámica cotidiana en el proceso de su escritura que siempre, y en los tres relatos, se sitúa en el espacio doméstico. Por otro lado, está la historia que ella está escribiendo: la de Jan y Lyuba. Ahora bien, ¿no es Jan el alemán de Petrarca para viajeros (2016) y Lyuba la niña asiática abusada por su padre en El libro de los viajes equivocados (2011)? En su universo narrativo, Clara Obligado suele descomponer la existencia de sus personajes para reescribir otra versión de sus búsquedas y desamores.

Cohabitar en el mundo no es simplemente existir en él, requiere cierta agencia, cierta capacidad de actuar y reflexionar sobre esas acciones. En Todo lo que crece (2021), Clara Obligado retoma un pensamiento de la filósofa María Zambrano: “En ese verdor original nos fusionamos con todo lo que crece, somos parte del cosmos. ‘Partes de´, no individuos presuntuosos que se enfrentan solitarios” (2021: 16). El impulso por unir y repensar las nociones entre cultura y naturaleza resultan apremiantes para la autora. En esta línea, “Idioceno” es el último relato, ambientado en un espacio distópico, aunque inspirado en una realidad tan reconocible que su normalización asusta. Inviernos eternos, un sistema político gobernado por una empresa cerealera, control ideológico, mujeres cosificadas como úteros con piernas, refugiados y niños pobres que viven excluidos en la más absoluta precariedad. Un mundo inestable, imposible de consignar en pocas líneas. 

La protagonista, Adina, es el último eslabón de esta genealogía familiar: nieta de Emma, se muda de país para continuar su pasión por el ballet y se debate entre dos amores. El fantasma de su abuela retorna en forma de cabeza voladora –en franca alusión a Las voladoras de Mónica Ojeda– y su intervención resulta decisiva para Adina. Es la voz del pasado lo que determina el porvenir. En este paisaje que dibuja la catástrofe, una vida que se engendra y una semilla que germina se abren paso. Una vez más, el espectro abre una temporalidad que perturba la organización convencional de la cronología. En estas estructuras rotas y fragmentadas, reflejo del mundo en el que nos toca vivir, el pasado puede abrirse a las posibilidades del futuro: un mundo más habitable y hospitalario. Clara Obligado nos incita “con la valentía feroz de la esperanza” a pegar el salto.


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[1] Derrida, J. Espectros de Marx. Madrid, Editorial Trotta, 1993.






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