“Afecto y paralaje del decir”, por Analía de la Fuente



Astronomías para nictálopes de Juan Meneguín. Buenos Aires, El Suri Porfiado Ediciones, 2023, 198 páginas. 


Entrar a Astronomías para nictálopes es una tarea para lectores audaces. Hay allí una suerte de Macondo subtropical, y una voz a la que nada se le escapa. La percepción omnívora todo lo detiene. Incluso en la oscuridad más ciega. Porque los ojos del decir han sido entrenados para la noche.

En esta poética el mundo desea con fuerza ser puesto bajo la lupa de una mirada atenta y voraz. El telescopio es el instrumento adecuado para enfocar y diseccionar lo cotidiano. La materia es un nido para el asombro. Y ocurre que entonces la vida diaria se encuentra con el misterio, del misterio nace la escritura, y en la escritura lo desconocido hace a lo sagrado. Hay una fe consciente en el lenguaje y en los cuerpos. Dice Meneguín en Una canción para el verano: “quien ha dormido bajo las estrellas puede conocer muchos mundos sin moverse de su terraza”. Lo sagrado, entonces, proviene de la decisión de habitar el presente y sus detalles más mínimos. Todo es palpable en el decir del poeta que observa concentrado y cuidadoso las maravillas a su alrededor. En esta cosmogonía hay todo tipo de máquinas, vestiduras, gestos, biguaes, campanas, una heladera Siam, movimientos precisos de los cuerpos y sus voces, maestros, un viento-mundo, haikus escritos con tiza en un pizarrón entre dos árboles, filiaciones, cyborgs, una avenida olvidada contra el río, glifosato, el confín del mundo, gangrenas, variedades del apocalipsis, el radioteatro de las cuatro con Juan Moreira, naves espaciales, la guerra de Malvinas, un hit de Miriam Makeba en una escena de los años ‘70, música clásica en un paisaje patagónico, motocicletas, rock and roll, diablas (“no hembras-no machos sino diablas”), ferrocarriles, un tío que retrata al joven Meneguín, una represa maldita, olor a napalm, guantes de cabritilla, canciones rusas brotando de un Wincofón en Concordia… Es la arbitrariedad del asombro la que escande los versos. 

Si el tiempo trabaja sobre los espacios; si la erosión, el cansancio y la marcha de los días se desplazan sobre las formas de los cuerpos; es posible detenernos, permanecer alertas como un vigía que custodia aquello que le es propio, cercano en sus relativas distancias, para apreciarlo en su metamorfosis más lenta y secreta. Contemplar es una de las formas de la presencia. Dice “Yuquerí Chico”:


He visto cierta luz en la cabecera de un puente,

entre árboles lánguidos en la bruma, difusa

(...) 

Un moho gris habitaba el lado sur del puente

pero el maderamen aún resistía la carcoma de los años.

Arquitectura noble fue en sus días primeros

cuando lo cruzaban carruajes y crujidos,

máquinas motoras hacia las cosechas;

un señorío de a caballo los domingos

y novias de estreno en los sulkys;

rotundas bicicletas sin tiempo de caducidad.


Rilke escribió que “la nostalgia es no tener patria en el tiempo”. Meneguín reformula el adagio, porque en sus poemas, la nostalgia es una patria en el espacio. Ocurre que debemos abrir bien los ojos para advertir que la integramos casi siempre sin darnos cuenta. Sólo la apertura de la mirada es capaz de viajar los hallazgos (inventarios interminables) que esconde la materia.    

Una de las series del libro se llama Samsara. En ella el poeta recorre regresivamente, y por décadas, su vida. La biografía cifrada, como un viaje a la semilla, arranca en una retahíla de fotogramas familiares (“madre con vestido floreado y una plancha negra en su mano”, “padre con camisa azul ferroviaria”, “hermano con triciclo más alto que sus piernitas”) y luego despega desde su decimoquinto aniversario hasta llegar al momento del alumbramiento en abril de 1958. La primera estación del poema ocurrirá cincuenta años después para ir acercándose a su origen. El sol se encontrará siempre bajo el signo de Aries hasta llegar a su horizonte. Y el horizonte es nacer acunado por una plegaria (delicada y rotunda) donde las imágenes guardan detalles disímiles. Porque los ojos han decidido atesorar su deslumbramiento en la memoria y en el lenguaje. A lo largo de diez páginas, los más de doscientos versos esgrimen gratitud por la posibilidad de atestiguar la maravilla en palabras. 

Según Emil Cioran, la vida es un infierno, cada instante del cual es un milagro. Astronomías para nictálopes, en su hambre perceptiva, expone, nombra y cobija cada pequeño milagro del presente paradójico que esta voz de nuestra poesía mesopotámica ha decidido habitar.  

  


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