"Situarse en la duda", por Rosana Koch
El Mañana, de Luisa Valenzuela. Buenos Aires, Seix Barral, 2010, 381 págs.
“La palabra, la mujer, la responsabilidad histórica, escribir…” Así definió María Heguiz la temática de la obra de Luisa Valenzuela. Con su voz, su cuerpo y movimiento la narradora interpretó, en la presentación de la nueva novela de la escritora, retazos sueltos que cobraban vida en el preciso instante de su recreación: “Meses y meses repitiéndome la misma pregunta inútil: ¿Por qué nos metieron presas? ¿Qué hicimos, qué pensamos, qué dijimos de más, qué amenaza encarnamos sin siquiera darnos cuenta? El país estaba tranquilo y según parece sigue bien tranquilo, como si nada, como si nosotras no hubiésemos existido nunca. Dieciocho escritoras borradas de un plumazo. En arresto domiciliario. Una verdadera mierda.”
Así comienza la nueva novela de Luisa Valenzuela: un grupo de escritoras festejaban el lenguaje en un barco llamado El Mañana, buceaban en el juego de palabras con ecos femeninos dionisíacos, hasta que un comando militar desbarata esa idílica utopía para confinar a todas las escritoras a un arresto domiciliario. A partir de ese momento son consideradas terroristas, subversivas, brujas y otros calificativos de la misma índole dogmática, pero especialmente fueron silenciadas porque la palabra les fue vedada: “Nos dieron vuelta la página. Borrón y cuenta nueva dijeron y fuimos nosotras las borradas.”
“¿Por qué?”, es la pregunta que permanece latente en toda la novela. En el fluir de un futuro indefinido o imperfecto, la protagonista Elisa Algarañaz intentará entender la razón del secuestro, envuelto en el hermético manto de un poder que une el presente con el pasado y se recupera en la memoria para que su actualización en la ficción se convierta en un acto de resistencia: la alusión a Haroldo Conti y el silencio que envuelve y niega las desapariciones de las escritoras manifiestan la presencia de una cicatriz dolorosa, por momentos adormecida.
Un traductor israelí, Omer Katvani, y un hacker informático, Esteban Clementi, “revividores ambos de lenguajes muertos a los cuales pretendían devolverles algún soplo de vida”, intentarán ayudar a liberar a la protagonista, mientras que en esa entrega por romper los límites del encierro (durante el arresto y luego, en su residencia en la villa) las palabras fluyen sin libreto premeditado y permiten la emergencia involuntaria de Juana Azurduy, manifestación libre de una heroína que lucha contra las barreras de una novela histórica que sabemos cómo termina y que por eso surge de la nada para entremezclarse con la voz de la protagonista. En esta mixtura de voces, la primera persona de Elisa Algañaraz es la que prevalece desde el inicio y durante toda la novela para ocupar un yo que se construye a partir de la enunciación de su palabra, para reafirmarse progresivamente. La máscara de la lengua supera el argumento, porque la trama es el ruido que no le interesa a Valenzuela, y desmantela los géneros en ese proceso de explorar en los contornos imperceptibles.
La novela se construye como una aventura en la indagación y una puerta abierta a las múltiples conjeturas para habilitar al lector el derecho de poder situarse en la duda. Porque las respuestas no están en las intenciones de la autora: “Escribo contra aquellos que creen tener todas las respuestas. Espero que cada uno de mis libros sea un semillero de preguntas que genera más preguntas y por suerte casi ninguna respuesta.” No se sabe ni se sabrá el por qué del arresto, pero es en ese no-saber donde hay algo que interesa más. Tal vez estas escritoras hayan logrado decir lo que no podía ser dicho y sus palabras conmocionar el orden establecido, desencadenando una amenaza que subvierte el discurso hegemónico. O al revés, en el gesto, en lo no dicho o posiblemente sugerido, representen una potencialidad latente y al mismo tiempo peligrosa: “¿Qué pescaron ustedes en ese avanzar río arriba tendiendo vastas redes de palabras? ¿Qué secreto entrevieron susceptible de generar tamaña represión, hermana putativa del miedo?”
Luisa Valenzuela definió El Mañana como un thriller del lenguaje, una aventura que como el barco, navega en las aguas turbulentas del lenguaje. La escritura (un viaje simbólico signado por escapar del encierro) es la búsqueda para lograr salir de las palabras controladas por el otro e intentar destruir ese pacto discursivo para situarse en ese no-lugar, desterritorializarse y así, re-constituir una identidad femenina en la construcción de la subjetividad, que fluctúa con diferentes máscaras (Elisa, Melisa, Juana), pero que finalmente reconoce los ecos de su propia voz.
Muchas gracias por esta lectura tan personal y sentida. la lectora y los lectores lo agradecen. Seguiremos buscando buena literatura, de la mano de buenas reseñas!
ResponderEliminar