“Salto de programa”, por Adriana Mancini
Viajes. De la Amazonia a las Malvinas, de Beatriz Sarlo. Buenos Aires, Seix Barral, 2014, 267 págs.
“¿Qué es esto que viene de atrás y me está
alcanzando sin que yo lo haya llamado?”, confiesa Beatriz Sarlo que se preguntó cuando recibió sorpresivamente una
serie de fotos que la trasladaban a viajes realizados con un grupo de jóvenes compañeros -entre quienes estaba el fotógrafo que le enviaba en ese momento las imágenes técnicamente actualizadas-. Del paulatino interés por las
fotos, del lento reconocimiento de esa
persona lejana que se le aparecía como “un extranjero”, recuerda la autora, surge
la idea de escribir Viajes. De la
Amazonia a las Malvinas.
Las experiencias que entrega Sarlo en su libro tienen un
agregado de interés. Los viajes que Ernesto “Che” Guevara realizara en 1950 por
el país y a partir de 1952 por Latinoamérica motivaron a grupos de jóvenes aventureros caminantes que salían con su mochila y preciados e
indispensables bolceguíes Marasco&Speziale a enfrentar los misterios de senderos erráticos que los llevaban a poblaciones
originarias, a culturas muy antiguas
para este nuevo continente o a ciudades futuristas. En este sentido, Viajes
cubre estos destinos. Y aunque “sin
entender mucho” lo que veían, por la magnitud de la experiencia, en el presente
de la escritura la autora entrega un recuerdo
minucioso de la convivencia con los jíbaros, las imágenes de San Juan de
Oros, el amanecer “frente al Huayna
Picchu, solos en la montaña” (27) y también Brasilia y caminatas atravesando
zonas inexploradas donde al poco tiempo “operó la guerrilla y fue muerto el
Che” (97). Siempre, es claro, con la
intención consciente, o por error o ignorancia, de distanciar la experiencia del
viaje de turismo y separar su condición de la de un turista.
La escritura sobre viajes
tiene una larga tradición en la literatura universal. De Egenia a Pausanias, de
Marco Polo a Alvar Núñez Cabeza de Vaca, de Mariquita Sánchez y Juana Manuela
Gorriti a los intelectuales de 1880, de Eduarda Mansilla a Cecilia Grierson o
Delfina Bunge. En principio, tiende a acercar
“lo otro” a paradigmas que se estiman propios. Como género es indeciso; forma
parte de la autobiografía pero también tiene rasgos de Bildungsroman;
interviene la memoria en su expresión;
debe conservar cierta fidelidad con el referente y considerar cierta literalidad referencial con la actualidad. Las notas con las que Sarlo
compone el último capítulo de su libro o inserta entre sus recuerdos dan al
lector una perspectiva actual de las sucesivas instancias que abordan sus
relatos; ya sea a partir de su lograda formación intelectual, ya sean opiniones
de expertos o fuentes calificadas.
Viajes incluye tres
instancias temporales. Tres momentos en la vida de la autora en los que deja su
casa para ir hacia algún lado con un determinado objetivo, otro de los
requisitos para un viaje. En su infancia, durante las vacaciones de verano, la
niña viajaba junto a su familia a un pequeño pueblo de Córdoba, Dean Funes,
donde acompañaba en los quehaceres a los hombres de campo. Allí, por primera
vez, tuvo noción de “lo extranjero” como
lo distante, lo no familiar, en
la figura de Lajos, un habitante exiliado húngaro que había participado de la
Gran Guerra. Y aprende que los viajes “no consisten en una impávida sucesión de
placeres y novedades, sino también de sobresaltos” (42).
Los viajes de juventud a
Amazonia, Bello Horizonte, Diamantina, Brasilia
tenían otro objetivo: “Someterse a la experiencia
aurática era el trip (…). Hoy puedo
frasearlo. No habría podido entonces. (…) estábamos sometidos a una metafísica de la presencia,
desplazándonos en un espacio con la ilusión de realizar otro viaje, paralelo en
la historia de América. Por eso nuestro viaje cumplía una función utópica” (131).
Así, el extrañamiento constitutivo de los relatos
de viajes, en Viajes se encadena
potenciándose. “¡Quién era la chica de jeans, bolceguíes y remera roja debajo
del anorak también rojo que miró esas imágenes de San Juan de Oros? Imposible
reconstruirme. Las imágenes de los santos (… ) me entusiasmaban por razones que
no podía explicar. Hoy podría ubicar una familia imaginaria: en cada fraile
pintado en la pared, en lugar de ver sólo una religión impuesta, veía lo que después
aprendí a llamar mestizaje“ (91).
Años más tarde Sarlo viaja a las Islas Malvinas. Es un viaje que
tiene como meta cubrir con su trabajo periodístico el referéndum del
que participarían los isleños en marzo de 2013. Los acontecimientos que recoge
la escritura en esta ocasión duplican su singularidad: se trata de una
experiencia cercana en el tiempo pero que va a la barbarie de una guerra absurda
del pasado. La autora lo considera el último viaje importante de su vida y
aunque la experiencia es completamente diferente y las notas que la
completan parecen querer ajustar cuentas
con la historia, sin embargo, señala que este viaje “forma sistema con los viajes de la juventud” (176).
Hay un concepto que vertebra
Viajes, que los aúna a pesar de sus
diferencias, y es el de “salto de programa”, una idea que Sarlo propone desde el
primer capítulo y reitera como para poner cada vez más en claro la distancia
con los viajes programados; o mejor, para resaltar esos momentos que hacen a la
singularidad de la existencia; porque la desvían llevándola a lo impredecible.
Así, como esas imágenes de una joven de jeans y anorak rojo que irrumpieron en la
cotidianidad de la autora y la llevaron a escribir Viajes. De la Amazonia a las Malvinas.
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