“Es Sarmiento, estúpido”, por Hache Pavón



Ascenso y Apogeo del Imperio Argentino, de Michel Nieva. Buenos Aires, Santiago Arcos, 2018, 106 páginas.



¿Es Ascenso y Apogeo del Imperio Argentino una ucronía disfrazada de novela de ciencia ficción, disfrazada de novela policial, disfrazada de novela de aventuras? ¿Puede leérsela en tales claves? ¿O es que la presidencia de Sarmiento (1868-1874) aún no ha concluido? ¿La verdadera grieta argentina es la que separa a unitarios de peronistas? En esta alegoría Michel Nieva juega con el tiempo y el espacio. Verbigracia, los límites temporales son 1838/2479 y los espaciales están en plena expansión, como el “Imperio Argentino”: “Es que, en efecto, tras poco más de seiscientos veranos y seiscientos inviernos, las expediciones de la AEA (Agencia Espacial Argentina) han cuestionado que el género de la especie humana sea apenas terrestre, fundando colonias de bravos aventureros argentinos en la Luna, en Marte, en Próxima Centauri B, y ahora, mientras garrapateo estas líneas, en otras rocas de la Vía Láctea que, impacientes, esperan nuestros asados y nuestros mates” (9).
Nieva se recrea en la expansión; ensancha las fronteras para dar lugar a la imaginación. Ahora bien, la materia de lo imaginado es siempre literaria. Así, la novela comienza con una lectura de la historia de la literatura argentina cuyo grado cero es “El escritor argentino y la tradición”. El tratamiento del mítico ensayo de Borges es –¿podría ser de otro modo?– especular y el de Nieva es –también, ¿podría ser de otro modo?– un espejo abominable; menos por multiplicación que por inversión de lo real. Así, donde Borges se muestra escéptico el espejo lo devuelve optimista, donde lee (en la historia del Imperio Romano de Gibbon) una caída le devuelve un ascenso y donde una decadencia, un apogeo. Además, el espejo, artificio borgeano, no sólo devuelve, sino que también, como una suerte de rey Midas, transforma todo lo que refleja en literatura: en el relato policial, por ejemplo, nos encontramos con el robo de un libro (Un soneto queer y otras poesías de amor de Juan Domingo Perón, poemas dedicados a Eva Duarte que el líder político escribió entre el 13 y el 16 de octubre de 1945, durante su encierro en Martín García), el incendio de una librería y el crimen de un librero.
El relato de aventuras, por su parte, es una persecución interplanetaria montada sobre una certeza: Sarmiento no ha muerto en el siglo XIX, vive aún y vivirá por siglos. Si es cierto que el autor del Facundo goza de buena salud en el año 2327, también lo es que su contracara, Ronep (anagrama transparente) perdura en el ronepismo, movimiento de masas sobre el que extiende su nombre como una mancha de grasa, y en una marcha disonante, suplicio de los oídos de todo argentino bien pensante. Así las cosas, Nieva convoca al convocante: “¡Sombra terrible de Sarmiento voy a evocarte para que, sacudiendo a los enardecidos turistas que cubren de fotos tu imponente mausoleo, te levantes a explicarnos las victorias militares y los avances técnico-científicos que enaltecen las entrañas de un intergaláctico pueblo!” (93). Finalmente, si en Ascenso y Apogeo del Imperio Argentino, los grandes hombres de la patria no se degüellan, las ideas tampoco: la civilización y la barbarie, lo cocido y lo crudo o las letras y las armas siguen siendo la marca en el orillo de la Argentina, ya sea su destino el de un imperio o el de un oscuro paisucho perdido en el culo del mundo. El binarismo, la trampa que nos tendió Sarmiento por los siglos de los siglos, vive aún.


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