“Grandes inventos argentinos”, por Felipe Benegas Lynch



Registros, muestra de Paralelo 58 en Colectivo Periferia.




Registros es el título de la última muestra de Paralelo 58. El folleto de presentación de la muestra invoca el “sistema dactiloscópico argentino”, fundado el 1º de septiembre de 1891 por Juan Vucetich. El logro de Vucetich fue incorporar la técnica de las huellas dactilares a los registros policiales. Los tres integrantes de Paralelo estamparon sus huellas en el formulario: el arte tampoco es ajeno a esos controles.
Si bien ese tipo de registro no aparece de un modo evidente en el repertorio de obras, sí hay algo del interior burgués plagado de huellas en el que Walter Benjamin veía la contracara de la pérdida del individuo en la multitud urbana del siglo XIX. Lo que vemos en la muestra son resabios de ese interior burgués que pervivieron a lo largo del siglo XX y quedan como ruinas en el siglo XXI. Muchas de las obras toman la forma de los soportes que supimos utilizar para resguardar nuestras imágenes íntimas: aquellos vidrios debajo de los cuales nuestros padres y abuelos colocaban las fotos familiares; cubos con imágenes en sus lados visibles; portarretratos de distinto tipo, etc. No solo eso: también hay una gran tela que podría ser una sábana, la funda de un sillón o una bandera colgada en una habitación de adolescente; hay figuras fosforescentes y geométricas que remiten a los decorados de interior que se han ido transformando en la segunda mitad del siglo XX en la deriva del pop y el kitsch; plafones de luz intervenidos, etc. El problema –o el punto, más bien– de la muestra es que sobre esos soportes de la interioridad se han transferido imágenes de la más cruda exterioridad: represión policial en manifestaciones, gases lacrimógenos, calles en ruinas, escudos de la fuerza pública. El efecto es siniestro: donde uno cree ver la imagen feliz de un viaje a cataratas, descubre –las imágenes han sido afectadas por un voluntario deterioro, como si realmente las hubiésemos sacado de debajo de un vidrio– un peligroso enfrentamiento con la fuerza pública. Lo que podía ser una bandera adolescente que aludiera al logo de una banda de rock metalera resulta ser la imagen de una fosa común retratada por el equipo de antropología forense. Esa misma imagen de esqueletos anónimos aparece también iluminada en un plafón. Otra de las obras muestra la imagen de una lata de gas antimotín que se repite en colores como una réplica de living de las latas de sopas Campbell de Warhol.
El registro de las huellas de lo humano ha sido intervenido en lo más íntimo por una violencia institucional que ya es constitutiva del medio en que vivimos. Hay, incluso, baldosas de vereda, enteras y en fragmentos, como una especie de memorabilia de ese afuera incendiado: esos trozos están impregnados con imagenes de revuelta callejera. La cultura de nuestro tiempo aparece tomada por esquirlas de esa violencia.
Cuento brevemente una anécdota personal que me vino a la mente cuando estaba recorriendo la muestra. Este verano al llegar a la ciudad de la costa donde vamos hace años con mi familia me encontré con que en la rotonda de la entrada había una sobrepoblación de policías registrando a los turistas que llegaban, ya fuera pidiéndoles sus documentos o con el lector automático de patentes. Eso no era ni llamativo ni nuevo. Lo que me sorprendió fue una especie de tanque antimotines gigantesco exhibido en el centro de la rotonda: era negro y llevaba impreso el logo del Ministerio de Seguridad. ¿Por qué poner eso como ofrenda de bienvenida a un lugar de vacaciones? Si todavía existieran el Ministerio de Salud y el de Cultura, tal vez el gobierno podría mostrar otro tipo de logros o propuestas: ¿una biblioteca? ¿una campaña de alimentación saludable? ¿una campaña de educación sexual? No: tenemos el tanque negro, para que no queden dudas de que la presencia del Estado pasa por el manejo de la violencia. Resuena ahora oscuramente la intuición de Benjamin en los años de Vucetich: “El interior burgués de los años sesenta a noventa (…) no puede cobijar adecuadamente más que a un cadáver.” (Dirección única)
El trío de Paralelo 58 se mancha las manos en los registros policiales y expande esa mancha en forma de obra para que veamos hasta qué punto esa tinta es indeleble (todos los que tenemos cierta edad hemos luchado infructuosamente por limpiarnos los dedos de ese oscuro unguento). Registros borra las fronteras del tiempo y los espacios y nos enfrenta a lo terrible: lo que surgió como el hecho fundante de la criminalística es la mancha informe de un Estado criminal que nos afecta en lo más íntimo de nuestras vidas.



Paralelo 58 es un colectivo de artistas creado en 2006 por Alejandro Arguelles, Fabián Attila y Juan Pablo Fernández Bravo. La exposición podrá visitarse hasta el 9 de marzo los días jueves, viernes, sábados y domingos de 16 a 20 hs. en Villafañe 101 (esq. Caboto), La Boca.

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