“Otra vuelta de tuerca sobre la infancia”, por Felipe Benegas Lynch

El día que resistía, de Alessia Chiesa. Argentina, 2018.

Guión y dirección: Alessia Chiesa.
Elenco: Lara Rógora, Mateo Baldasso y Mila Marchisio.
Fotografía: Alejandro Bonilla.
Edición: Maxime Cappello, Alessia Chiesa y Baptiste Petit­Gats.
Dirección de arte: Jimena Gaillour.
Sonido: Mercedes Tennina, Gonzalo Palmieri y Agathe Poche.
Duración: 98 minutos.
Los domingos de febrero, a las 19.30, en el MALBA (Figueroa Alcorta 3415).

Entradas: General: $90. Estudiantes y jubilados: $45



El pasado domingo 10 de febrero se estrenó en el Malba la ópera prima de Alessia Chiesa a sala llena. Se trata de una obra original y sutil que vale la pena ver. Su estreno mundial fue en el Festival de Berlín 2018.
Los protagonistas de esta historia son tres hermanos que se encuentran solos en una casa de campo: Fan (Lara Rógora), de 9 años; Tino (Mateo Baldasso), de 7, y Claa (Mila Marchisio), de 5. La hermana mayor es quien tiene una presencia más fuerte y su punto de vista es el que prevalece a lo largo de la película.
Ya desde la enigmática prosopopeya del título el espectador siente el desafío. Podríamos decir que ya ahí encontramos otra vuelta de tuerca, en el sentido que Henry James le daba a la expresión en su célebre nouvelle gótica: llevar un relato fantástico y oscuro un paso más allá. Lo que sigue al título está a la altura del desafío y no necesita recurrir a grandes sustos ni fantasmas.
El día que resiste es el día que merece ser contado, o el día que solo puede exorcizarse siendo contado. Como en el caso de Los otros (2001), de Alejandro Amenábar (que homenajea abiertamente a Henry James), hay un personaje que impone su punto de vista por sobre el de los otros personajes y es quien posee la llave para acceder a lo profundo de una verdad que no es fácil de ver. En este caso la que manda en el juego es Francisca, la hermana mayor. Solo ella tiene la llave para acceder a la habitación de los padres, el cofre de recuerdos y sensaciones adonde se interna a explorar cada noche. Martín y Clara, sus hermanos menores, le siguen la corriente y son pacientes hasta que ella esté lista para armar su valija y marchar hacia el fin del día (en la película de Amenábar lo que tienen que esperar es que la madre reconozca que los mató y que están muertos). Aquí la pequeña Clara está deseosa de partir desde el comienzo: no tiene problema en alejarse junto con el perro Coco cada vez que puede; Tino está gran parte de la película con la mochila puesta. Fan, sin embargo, se toma su tiempo y los retiene con las rutinas que arma para poblar ese día incierto.
A diferencia de la película de Amenábar, El día que resistía no trata acerca de un asesinato, sino de volver sobre un día de la infancia que se resiste a concluir. El tiempo incierto de la infancia se vuelve doblemente incierto desde la mirada de una adulta que se asocia con niños para contar. Esos niños no son actores: sin embargo actúan la infancia aunque no quieran, con sus angustias y alegrías. El día que resiste es un día de libertad pero también de desamparo. La película invoca la infancia y esta se hace presente con sus claroscuros.
Quien sostiene la llave y el punto de vista es la última en irse. Como en el mundo de Los otros, aquí los riesgos a los que se exponen los niños son ecos de un peligro real: ni los vidrios rotos en la comida ni los remedios al alcance de la mano ni el fuego acercándose peligrosamente al gas pueden dañar a estos niños de recuerdo. Los protagonistas de la película son el día y quien recuerda ese día como una especie de día de la marmota (Groundhog Day, 1993) que lo detiene en un pasado infante en el que los padres ya no están. Para vencer la resistencia de ese día hay que volver a jugarlo, con todos los riesgos que eso implica: mostrar la vulnerabilidad como escenario principal de una acción que es interna y subjetiva.
En el recuerdo todo es posible. Al desplegar ese día la directora arma su propio cuento de hadas: así se puede enfrentar y procesar miedos que surgen en la infancia pero que no son exclusivos de ella, como el miedo a la muerte de un ser querido (especialmente si es quien está a cargo de cuidarnos), el miedo a no tener qué comer, el miedo al abandono, etc.
Pienso también en la recorrida por los propios recuerdos de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004), de Gondry. El tono de Chiesa es otro, pero la intensidad poética de sus imágenes funciona de un modo similar. La fotografía, el sonido y el trabajo de y con los niños hacen de esta película una gran obra. 

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