“ANATOMOPOLÍTICA DEL CORONAVIRUS (4)”, por Florencia Eva González




La biblia y el calefón de Tilingx

La pandemia viene a revisar conceptos afincados en mecánicos razonamientos. Mientras la concentración económica ligada a las redes y a los intereses financieros son poderes invisibles del mundo que se consolidan, los posicionamientos políticos ven el resquebrajamiento las viejas estructuras del siglo XX. Algunos pensadores articulan la posibilidad de reinventar nuevas formas de comunismo o de un Estado que gane posiciones respecto al mercado, y otros, leen este momento de la historia como una instancia de fortalecimiento del capitalismo a través de nuevas formas tecnológicas de control social. Con la brecha abierta, Comunismo o Capitalismo más concentrado son caminos posibles en un panorama que luce, sin embargo, bastante más complejo.
Para encontrar definiciones que permitan pensar un futuro post pandemia no alcanza con buscar categorías en manuales, teorías y consignas pero hay que aceptar que allí se encuentran trazos de viejas identidades políticas que todavía nos nombran. Un caudal político cuyos rótulos abrevan en un revoltijo ideológico cada vez más contradictorio.
Quienes se encuentran moldeados por la Modernidad y el mito de progreso, tratan de articular la creencia de que la pandemia trae un futuro positivo. Con necesidad de tejer una concepción instrumental, encajan al presente en una etapa intermedia que logre constituir algo distinto a ella misma. Una teleología que ubica a la humanidad en la cúspide relativizando las negatividades del camino, como enfermedades, pobreza e incluso la misma muerte que tendrían una ilusoria disolución en una fórmula científico-técnica. En ese punto evolucionista, confluye el maltratado Comunismo con las corrientes políticas nacidas al calor del Positivismo, como el Liberalismo. Los postulados de este modelo multiplica ideales rígidos de belleza, juventud y sanidad, esculpiendo un sujeto liberal-progresista[1] que, atizado por los medios hegemónicos, se convierte en portador sano de conductas microfascistas[2].
Con el optimismo como bandera, Tilingx se identifica con esas ideas, odia el drama, ama la paz, pero puede sentir la seducción que emana de candidatos como Bolsonaro aunque se fotografíe dándole un arma a una niña o exhibiendo, sin pudor, una agenda represiva y ultraconservadora sin importar costos. En versión menos militar también puede sentir atracción por el capital simbólico que engalana a Macri o Trump y en cuya base racista se fundan las políticas desiguales que lo terminarán marginando. Es el perfil de Tilingx votando a favor de las élites esclavistas sin que miles de horas y páginas puedan explicar realmente por qué.
Las conductas microfascistas condujeron al triunfo de Bolsonaro y de Trump, o a los avances de partidos antes marginales que en Europa van adquiriendo un núcleo de simpatizantes cada vez más grande, como el Partido Nacionaldemocrático Alemán, Amanecer Dorado, Kotleba-Partido Popular Nuestra Eslovaquia o el Partido VOX (“voz” en latín) en España. Su avance no se explica en términos de adhesiones en bloque sino que funciona como un marco de ideas reaccionarias con muchas puertas de entrada: nacionalismo unido a un proyecto de industrialización, racismo, xenofobia, hostilidad hacia el feminismo y al movimiento LGTB, mano dura o afinidad con portación de armas.
El fascismo según apuntan muchos teóricos, por ejemplo Michael Mann[3], “persigue una nación-estatista trascendente y limpia a través del paramilitarismo”. En este sentido, el fascismo requiere de un Estado fuerte, compuesto por cada uno de los miembros nativos: “todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado”. En esa complejidad hay que entender el futuro que se nos viene, una lógica fascista que talla en el caudal simbólico que se derrama en la sociedad y que puede llegar a encontrar un correlato en prácticas de muchos de sus seguidores, votantes y futuros votantes como fanáticos anti estatistas, partidarios acérrimos del libre mercado y de los derechos individuales. Es un punto ciego que conjuga dosis de liberalismo con fascismo, aparentemente irreconciliable, uniendo individualismo extremo, nacionalismo y un conservadurismo autoritario.
En un eco que resuena del pasado –por eso la obsesión con los años 80–, y que lleva por lo menos cuarenta años, esta fórmula de éxito fue utilizada en las últimas dictaduras en Latinoamérica para abatir las organizaciones de izquierda que florecieron desde fines de los 60. Dictadura y liberalismo, Terrorismo de Estado con militares secuestrando a pleno sol con una política represiva y dogmática para implementar libertad de mercado hasta destruir el aparato productivo nacional.
En el transcurso de esos años vimos cómo se profundizaba el capitalismo, acompañado del desmantelamiento del Estado, y directa o subrepticiamente con la degradación de los derechos políticos y garantías colectivas; mientras, los derechos individuales ganaban terreno. En la coctelera, el progresismo aplaude en pos de pensar el cuerpo como un territorio cuya propiedad personal es inalienable e intransferible. Así, la discusión de derechos vinculados a esa premisa (”mi cuerpo es mío”) reduce a una enunciación de catálogo a las disidencias sexuales o al aborto, atravesando drásticamente un arco de identidades políticas que exacerba un tipo de súper individualismo que sólo se mira el ombligo.  
En Argentina, Tilingx pertenece o adhiere a un partido de ideas neoliberales porque se ve a sí mismo como “independiente”, y se deja seducir por una retórica “progresista” infantilizada con prácticas de neto corte conservador e intenciones neoliberales que en versión macrista, en verdad, no pudo plasmarse. Como filosofía y cosmovisión, se apoya en la idea de que el motor de la sociedad es el individuo cuyo desarrollo depende de sí mismo “fruto de su esfuerzo”, una entidad aislada que “no le debe nada a nadie”, sin percibirse como complemento o encadenamiento de un cuerpo social (“con mis impuestos no quiero mantener vagos”). De ahí, es capaz de tornar un discurso flexible para renovar su carnet librepensante que detesta la “política” regulando o diciendo que puede aceptar un rol de Estado más o menos activo de acuerdo el momento histórico porque, llegado el caso, sabe que es quien defiende sus privilegios.
El neoliberalismo fracasa electoralmente en 2019 después de haber reunido en la figura de Macri, la suma del poder público como presidente más el económico-financiero y mediático. La derrota lo dejó tambaleando y ese mismo vaivén sufren sus posiciones en medio de la pandemia. Pero no hay que subestimar. Aunque sus voceros  puedan llegar a quejarse en la misma frase de la duración de la cuarentena y que no se cumple estrictamente, su impunidad discursiva es una construcción que lleva años. En ella, logran hacer explotar las bombas montadas en sus mentes como “Somos Venezuela”, “Esto es Comunismo” o “Infectadura” en neologismo que reúne sin gracia, “Infección” con “Dictadura”. Se trata de un movimiento imaginario repleto de significantes vacíos que llenan de contenido activando una maquinaria de sentido que se alimenta de las trampas interpretativas que colocan en ellas, como cuando invierten la carga de la prueba con el “se robaron todo” o “restauramos la República”, axiomas cuyas sentencias no requieren argumentación. Cómodo en el conflicto, agudizan las contradicciones como una asignatura muy bien aprendida del Comunismo que sobreactúan temer.
Articulada la clave de sentido, importa menos el contenido de un programa que la poderosa fuerza discursiva que pone en funcionamiento introyectando bombas con significantes vacíos en el territorio social interpretativo. Aceitada la máquina, Tilingx le pone el cuerpo al sintagma asegurando que se puede ganar o perder en las urnas pero que las granadas quedan generosamente esparcidas en el campo cultural. En ese mecanismo, resignifican la cuarentena como un instrumento del gobierno para restringir las libertades individuales y machacan: no sirve para “proteger” sino para “controlar”.
Uno de sus mayores aliados, en esta construcción simbólica de poder, son los medios de comunicación. En esta ocasión, pedaleando en el aire no terminan de acompañar como les gustaría pues deberían abandonar el “Quedate en casa”, la tautológica fórmula que ni Goebbels podría haber ideado tan redonda.
Por otro lado, en las posiciones enfrentadas al liberalismo progresista también florecen contradicciones. Sufren una crisis interna de sentido ya que deben sostener un Estado que saben “bobo”, tapizado de oscuros sótanos, fallido en políticas públicas básicas que no atinan a hacer funcionar “en serio”. En la coyuntura, se elige el discurso de la ciencia como rector (cuadros, estadísticas, “filminas”) entregando la lógica del poder a los números que no son su fuerte, aplicando el método que también le gusta a Tilingx: la comparación, método discrecional que no aporta a una politicidad multivariable y cuya complejidad pide un esfuerzo intelectual mayor pero que discursivamente “no garpa”.
Soñar un modelo de mayor equidad no es fácil siguiendo las actuales reglas del juego capitalista y menos desde que cayó el Muro de Berlín.
El peronismo hace décadas tomó un camino intermedio conciliando intereses contradictorios para formaciones de izquierda: capital y trabajo bajo el ala del Estado. Ahí radica la propia trampa que tejió: si aprieta al capital, se queda sin inversión; si en cambio ajusta al trabajo, trunca el horizonte de justicia social. En definiciones más actuales, esas posiciones lidian con el alienante mote negativizador de “populismo”, florecido en América Latina, que apunta como amenaza o incluso como “dictadura” a gobiernos que llegan al poder mediante las urnas. Y así, el liberalismo que dice ser el “corazón” de la democracia desde su nacimiento, se siente con derecho a repartir sus luces y sombras. Como doctrina política, se embandera en su compromiso con la libertad, el Estado de derecho y la ampliación de los derechos civiles y sociales aunque sea en detrimento de los ideales de igualdad, y más, de fraternidad.
El desconcierto de los analistas frente a estos fenómenos es indicativo de que las categorías no están funcionando. La política actual nos enfrenta a un escenario múltiple que debe entenderse en y desde el conflicto pero sin enquistarse en él, pensando cada cosa cada vez, de lo particular a lo general para abrir conceptos e ideas, y no al revés.


* Ilustraciones de Paula Adamo





[1] El término “liberal-progresista” Ezequiel Adamovsky lo trabaja en el artículo "Cada cual en su círculo sin molestar" [http://revistaanfibia.com/ensayo/circulo-sin-molestar/] para analizar a los votantes de Bolsonaro y Macri, y de cómo se heredan en nuestras sociedades genes neoliberales autoritarios.
[2] Microfascismo es un término que refiere a prácticas que parecen insignificantes pero que son activadas por un régimen cultural afín con el fascismo llevado a cabo por personas que no necesariamente se sienten totalmente alineadas con esa etiqueta.  En gran parte, alimenta el caudal político de partidos políticos, que igual que el nazismo en 1933, disputan el poder en las urnas.   Si ponemos la lupa sobre el fascismo y nazismo, en verdad, no fueron lo mismo. El Fascismo italiano promovió un nacionalismo pragmático, revolucionario, cultural y corporativo, y el Nacionalsocialismo alemán fue más teórico, reaccionario, racista y totalitario. Hoy confluyen en el racismo y la xenofobia.
[3] En el libro Fascistas del sociólogo Michael Mann (Publicación de la Universidad de Valencia, 2007), analiza el sistema de creencias que de hombres y mujeres que se convirtieron en fascistas, y desde un estudio comparado cómo se dio y qué diferencias hubo entre seis países europeos donde el fascismo llegó a alcanzar una mayor presencia. En todos los casos, el fascismo figura una forma extrema del nacionalismo de estado, ideología política dominante del siglo XX. Entre unas de las conclusiones del autor, a la luz del presente, encuentra  improbable que reaparezca en su forma clásica por lo que habría que rastrear otros recorridos.

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