“CORONA-KILLERS Y OTROS DEMONIOS (3)”, por Jimena Néspolo
Foquismo coronado
Pero
concedámosle a la metáfora bélica, con la que eminentemente los discursos hegemónicos
actuales suelen abordar la “batalla contra el coronavirus”, cierta eficacia e
intentemos desnaturalizar los supuestos que convoca. El más potente es la
representación del Sars-COV2 como un “enemigo invisible”, capaz de acechar en
todos lados sin ser visto, tomando incluso por asalto la fortaleza del propio
cuerpo sin que el sujeto portador lo sepa; un “enemigo” que se propaga
como la ideología, afecta y se deja afectar desestabilizando el cuerpo
societario con la marca inexcusable de la conciencia de clase. Esta misma lógica
de análisis es la que observa la diseminación del virus a partir de “focos” en
donde se concentra potencialmente el peligro y la necesidad de actuar sobre la
epidemia discriminando “fases”. Funcionarios sanitaristas y comunicadores, a
los que desde luego no se les podría achacar pretender jugar con las palabras, proponen
accionar sobre la realidad a partir de los pilares teóricos que aportó Ernesto
Che Guevara al arte de la guerra. A
saber: Foquismo, Invisibilidad del guerrillero pensado como gran pedagogo social y,
principalmente, la necesidad de discriminar Fases
en la guerra de guerrillas.
Es
que la pronta lectura y traducción del manual del Che La guerra de guerrillas (1961) por parte de la CIA determinó que a
principios de la década del ´60 se delinearan las premisas básicas de la
Doctrina de la Seguridad Nacional, la cual habría de pautar el comportamiento
de las fuerzas militares durante los regímenes dictatoriales en gran parte de
América Latina. Frente al poderoso ideario revolucionario, Estados Unidos
ofrecía así una contra-pedagogía del terror facilitando el adiestramiento de militares
latinoamericanos, entregando armas y organizando misiones de asistencia y
asesoramiento diverso: por la Escuela de las Américas llegaron a pasar más de
sesenta y cuatro mil militares de Chile, Guatemala, Argentina, Perú, Uruguay,
Nicaragua, El Salvador, México y Honduras[1].
En efecto, a tal punto esta doctrina consideraba efectiva la guerra de
guerrilla, como una acción multidimensional impulsada por medios militares,
políticos, económicos, sociales y psicológicos que desplegó feroces
procedimientos “antisubversivos” que habrían de signar la década más sangrienta
de nuestra historia. La reciente
intervención a la AFI (Agencia Federal de Inteligencia argentina) y la causa
judicial abierta que investiga una gran red de espionaje para-estatal a dirigentes
políticos, periodistas e investigadores durante el gobierno de Macri demuestra
que ciertas lógicas represivas asociadas a los grandes poderes económicos,
suponiendo aún la existencia de un enemigo
interno, se han mantenido vigentes en estos años democráticos enquistadas
en el mismo Estado. La firma del Decreto 214/2020 que modifica la Ley
de Inteligencia[2],
por parte del presidente Fernández y de todos sus ministros, intenta erradicar de
cuajo este tipo de prácticas.
Paradójicamente,
el Che, que supo tener varias vidas –“de las siete me quedan dos” dice–, que
fue estudiante, viajero, médico, poeta frustrado, fotógrafo y crítico social, podría
asomar post mortem en el revés negado de estos discursos no sólo ya como el
gran guerrero –condottiero se llama a
sí mismo– sino como “modelo mundial del revolucionario en estado puro”[3]
para llevarse la sonrisa final. En su ensayo
El último lector, Ricardo Piglia recuerda una fotografía que parece anunciar lo que
vendrá, es una foto de Guevara joven, cuando era estudiante de medicina. Frente
a un cadáver desnudo con el cuerpo abierto en la mesa disección, hay un grupo
de estudiantes serios o acaso impresionados; el Che es el único que ríe, con
una sonrisa franca y divertida. Piglia ve en ese gesto ironía y una relación
distanciada con la muerte. Por el contrario, en los hombros elevados y el pecho
hinchado, en esa forma descuidada y alegre de plantarse cuando sus pulmones le
dan tregua habría que observar su condición de asmático, de quien sabe desde
niño que camina junto a la muerte y que la vida no es más que una breve pausa:
un regalo.
El
Che, el ícono pop que desde su aciaga muerte en la selva boliviana no ha cesado
de crecer, encontró en el viaje juvenilista, el vagabundeo irreverente y despreocupado
los principales condimentos de una imagen amable, fácilmente asimilable al
discurso publicitario del posmodernismo e, incluso, a discursos políticos
antagónicos a su mismo ideario. Sin embargo, es porque el Che encuentra hasta en
los momentos más extremos un impase para la lectura y también para la escritura,
un espacio de reflexión a partir del cual extraer un modelo ético, un modelo de
conducta para hacer de la vida propia una obra de arte, que su figura abraza la
dimensión del mito. De allí es por tanto que se desprende su ideario, sus cuadernos
y diarios y una considerable cantidad de cartas que la coyuntura actual invita
a revisitar. Las más jugosas son quizá las dirigidas a su madre, Celia de la
Serna, antiperonista acérrima perteneciente a la alta burguesía argentina, a
quien le dice, por ejemplo en julio de 1956: “Un profundo error tuyo es creer
que de la moderación o el moderado egoísmo es de donde salen inventos
mayúsculos u obras de arte. Para toda obra grande se necesita pasión y para la
Revolución se necesita pasión y audacia, en grandes dosis, cosas que tenemos
como conjunto humano”[4].
El Che, el mito revolucionario que desde entonces se levanta, en quien se realiza
la radical fusión que soñaron las vanguardias de unir arte y vida, tiene a la pasión y a la audacia como norte en
su lucha por una sociedad más justa.
En
esta batalla, es que el Che médico, semiólogo y hermeneuta puede afirmar –acaecida
la Revolución cubana con éxito– que el guerrillero es ante todo un intérprete,
un lector, “interpreta los deseos de la gran masa campesina” y se convierte en
su brazo armado[5].
Su capacidad de decodificar los deseos del pueblo es lo que le asegurará o no
su victoria, porque en verdad es el pueblo el que está detrás de cada acción de
la vanguardia guerrillera; los habitantes de un lugar son sus acémilas, sus informantes,
enfermeros y proveedores, son quienes habrán de ocultarlo en el momento de
peligro y permitirle ser invisible –y
por tanto mortífero– en la guerra de guerrillas desatada en el campo. Frente al
pueblo, a quien en suma se debe, “el guerrillero es un reformador social”, es
quien empuña las armas como protesta airada contra los opresores y lucha por
cambiar el régimen social que mantiene a todos sus hermanos desarmados en el
oprobio y la miseria.
Buena
parte de la reflexión bélica de Guevara está destinada a discutir con el núcleo
duro marxista, con cierto estatismo al que se condena a la espera de que estén
dadas las condiciones propicias para actuar. No obstante, porque aprendió bien
la lección de Marx y Engels y sabe que “la insurrección es un arte” que está
sometido a ciertas reglas de conducta que “cuando se descuidan, acarrean la
ruina del partido que ha dejado de observarlas”[6],
realizó sus aportaciones teóricas después de la experiencia en Sierra Maestra,
a sabiendas de que la revolución se estaba haciendo con un ejército que nada
tenía de profesional pero al que sin embargo lo guiaba la audacia. Así es como plantea que para que “algo”
se inicie simplemente es necesario que un grupo de personas “conscientes” cree un
foco y que paralelamente se dedique a
concientizar al pueblo en su deseo, educarlo en el proceso histórico que
vertebra la lucha de clases y pauta la necesidad de que se sume activamente a
la lucha[7].
La teoría del foquismo -que deberíamos
llamar desde ahora foquismo coronado–
asegura que se pueden crear las condiciones que propicien la rebelión,
acelerándolas, del mismo modo que actúa un virus.
Ernesto Guevara distingue
cuatro fases por las que atraviesa una
guerra de guerrillas. La primera consiste en el momento en que un núcleo relativamente
pequeño de personas elige el lugar y el momento favorable para el estallido del
foco, a partir del análisis del terreno, la conexión con la población, etc. La
segunda fase consiste en desgastar a los ejércitos enemigos en un acoso
constante, ya que “la guerra de guerrillas no es autodefensa pasiva, es defensa
con ataque”. En la segunda y la tercera fase se condensa el corazón estratégico
que permite mantener la insurrección alzada por más que las fuerzas enfrentadas
sean desparejas: “’Muerde y huye’ le llaman algunos despectivamente, y es
exacto. Muerde y huye, espera, acecha, vuelve a morder y a huir y así
sucesivamente, sin dar descanso al enemigo”, dice el Che. Este comportamiento
de ataque y permanente retirada, de aparente debilidad, es paradójicamente la
fuerza del foquismo. La cuarta y
última fase es cuando la guerrilla ha
tenido un incremento de tropas y de triunfos suficientes, en ese momento estará
listo para “acreditarse la victoria”[8].
Curiosamente,
Steven Soderbergh, el director de cine más mencionado desde que se desató la
pandemia por su película Contagio
(2011) –inspirada en la epidemia de gripe A del año 2009 y que guarda muchos
rasgos de actualidad–, es también el responsable de la película Che (2008), protagonizada y producida
por Benicio del Toro; quizá uno de los últimos y mayores aportes al mito del
Che: un cristo revolucionario en estado puro. Es el poeta redivivo, profundamente
humano, recitando el primer poema de Los
heraldos negros de César Vallejo que recupera el documental de Tristán Bauer,
Che. Un hombre nuevo (2010).
José
Lezama Lima lo explicó bien: “Un mito es una imagen participada y una imagen es
un mito que comienza su aventura, que se particulariza para irradiar de nuevo”.
A ese enigma de la mariposa mítica, hecha de símbolos y palabras, capaz de
abandonar su crisálida y reversionarse en cada época, le dedica las páginas más hermosas de La expresión americana
(1957) para vaticinar: “Todo tendrá que ser reconstruido, invencionado de
nuevo, y los viejos mitos, al reaparecer de nuevo, nos ofrecerán sus conjuros y
sus enigmas con un rostro desconocido”[9].
* Ilustraciones de Paula Adamo
[1]
Cfr. Risler, Julia. La acción psicológica. Dictadura,
inteligencia y gobierno de las emociones 1955-1981. Buenos Aires, Tinta
limón, 2018, pp. 45-55.
[2] El jueves 4/6 a través del Boletín Oficial el Poder Ejecutivo determinó la sustitución
del artículo 4° de la Ley N° 25.520 por lo que ningún organismo de inteligencia podrá: "Realizar tareas represivas, poseer facultades compulsivas, ni cumplir funciones policiales o de investigación criminal; obtener información, producir inteligencia o almacenar datos sobre personas, por el solo hecho de su razo, fe religiosa, acciones privadas, u opinión política, o de adhesión o pertenencia a organizaciones partidarias, sociales, sindicales, comunitarias, cooperativas, asistenciales, culturales o laborales, así como por la actividad lícita que desarrollen en cualquier esfera de acción". En el Decreto 214/2020 se
aclaró que la Agencia Federal de Inteligencia no podrá "influir de cualquier modo en la situación institucional, política, militar, policial, social y económica del país, en su política exterior, en la vida interna de los paridos políticos legalmente constituidos, en la opinión pública, en personas, en medios de difusión o en asociaciones o agrupaciones legales de cualqueir tipo". A
su vez, otra limitación indica que no tendrá
permitido “revelar o
divulgar cualquier tipo de información adquirida en ejercicio de sus funciones
relativa a cualquier habitante o a personas jurídicas, ya sean públicas o
privadas, salvo que mediare orden o dispensa judicial”.
[3]
Piglia, Ricardo. El último lector. Buenos Aires,
Anagrama, 2005, p. 124.
[4]
Carta de Ernesto “Che” Guevara a
su madre, fecha en México el 15 de julio de 1956 en: Otra vez. Diario inédito del segundo viaje por América Latina
(1953-1956), Buenos Aires, Sudamericana, 2000, p. 166. Es la audacia lo que
primero le impresiona de Fidel Castro, cuando lo conoce en México a fines de
julio 1955: “Un acontecimiento político es haber conocido a Fidel Castro, el
revolucionario cubano, muchacho joven, inteligente, muy seguro de sí mismo y de
extraordinaria audacia; creo que simpatizamos mutuamente”. Ibid, p. 73.
[5] Ver de Ernesto Che Guevara, “¿Qué es
un guerrillero? (1959)” en: Guerra de
guerrillas. https://www.marxists.org/espanol/tematica/guerrilla/index.htm https://latinoamericanos.files.wordpress.com/2007/05/guevara-ernesto-guerra-de-guerrillas.pdf
[6] Cfr. Marx y Engels, “Revolución y
contrarevolución en Alemania”, New York
Daily Tribune, 18 de septiembre de 1852.
[7]
Ver además: Guevara, Ernesto. El libro verde olivo.
México, Diógenes, 1970.
[8]
Ibid, pp. 14-22.
[9] Lezama, Lima. Confluencias. Selección de ensayos. La Habana, Letras cubanas,
1988, p. 218.
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