“Claves de lectura y artificios”, por Javier Geist
Anita, de Ariel
Bermani. Buenos Aires, Paisanita ediciones, 2019.
Procesos Técnicos,
de Ariel Bermani. Buenos Aires, Paisanita ediciones, 2016.
Cuando presentaron este
libro, Jorge
Monteleone mencionó una frase que describe a la perfección la prosa de
Ariel Bermani: “Su intensidad me impide
abandonar la lectura: hay algo que me lleva más allá, hacia adelante, para
saber un secreto, pero no a la manera de una novela de enigma, sino como se
oyen de pronto las voces que vienen de otro cuarto y a las cuales es necesario escuchar
con mucha atención para discernir qué está ocurriendo”. En Anita Bermani
evoca, en un tono íntimo y sincero, la figura de cinco personajes femeninos que
nos cautivan desde la primera línea. Hay en esas historias algo que nos incita a
seguir leyendo hasta el final, algo familiar y extraño a la vez; todos
conocimos a una Lucy, a una Rafaela, a una Lili o a una Pocha, y no me refiero
a los nombres, sino a ese tipo particular de persona al que se evoca. Personajes
simples y a la vez inquietantes que asoman en la cotidianeidad de nuestros días,
y que crean en el lector un sentimiento similar a esta frase con la que
describe a Anita: “Le costaba establecer una diferencia entre lo que leyó y lo
que vivió. Entre las personas y los personajes literarios” (18).
No obstante, si el
lector es acaso perspicaz habrá notado que en el párrafo anterior hay una enumeración
de cuatro nombres mientras se afirma la existencia de cinco historias: el caso
es que no todos conocemos a una “Anita” y ahí es donde Bermani apunta la
diferencia. El texto nos acerca a una imagen de Ana María Barrenechea, “la”
académica, “la” –por largos años– directora del Instituto de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad de Buenos Aires, “la”
presidenta de la Asociación Internacional de Hispanistas, desde un costado
inédito para quienes no tuvimos el privilegio de conocerla. El relato abarca el paso del escritor por el
Instituto y mezcla recuerdos cotidianos con minuciosas anécdotas y algún que
otro secreto que perdió su misticismo con el paso del tiempo. Transcribir
alguna de estas escenas rompería el encanto de la sorpresa, pero vale la pena
mencionar la presencia de David Viñas hacia las páginas finales del relato, a
quien el autor le dedica algunas frases que crean un ambiente de notable nostalgia.
Pero volviendo
a la presentación de Monteleone, en un momento de la presentación dispara una
frase, esta vez del mismo Bermani, extraída de Procesos Técnicos (2016) y referida a las
características de los personajes: “estos últimos largos años, en que sólo
tengo antihéroes, personajes que aparecen en los libros que leo y también en
los que escribo. Hombres y mujeres que se mueven en la cornisa. Se mueven poco,
para no caerse. Y porque no tienen adónde ir”. Hay algo en esa estabilidad
aparente de los personajes retratados que nos lleva a comprender la naturaleza
de esa escritura y a revisitar el texto. Recuerdo que al
acercarme a ese libro de Bermani cruzó por mi cabeza una frase de Cortázar perteneciente
al prólogo de Rayuela: “este libro es
a su manera muchos libros”. Sí, también
Procesos técnicos es, a su manera, muchos libros. Leamos, por ejemplo,
algunas claves de acceso: “Un libro hecho de fragmentos, de observaciones
casuales, caprichosas” (210), la frase nos abre las puertas al universo del libro
en un juego metaficcional. No estamos ante una novela, un libro de cuentos o un
decálogo sobre la escritura sino ante un libro hecho de fragmentos que propone
el ejercicio lúdico de la reconstrucción: “poder salir y entrar de diferentes
escenas apenas esbozadas, sin tener que pensar en la trama y en la lógica de
los personajes sin que me condicione” (210).
Ahora bien, ¿cuál es el
origen de estos fragmentos? Se trata de un compendio de reflexiones registradas
originalmente en el Facebook del autor, quien manifestaba en una entrevista
para La
Primera Piedra: “Es
eso: un diario de escritor vía web. Pero también son apuntes de talleres. Yo
iba escribiendo cosas en Facebook que salían de los talleres literarios que doy”.
En las reflexiones y apuntes se intuye y confirma una tesis no enunciada en las
páginas: para ser un buen escritor hay que ser un buen lector, pues en las
doscientas dieciséis páginas conviven diversos autores. Desde Walsh citando a
Rilke “Vivir de la literatura, sí. Si usted puede vivir sin escribir, no
escriba” (13), pasando por Borges y su poema El amenazado, con el
análisis de “el nombre de una mujer me delata” (30) hasta González Tuñón, “acaso
esta tristeza sea una manera sutil de la alegría” (45). Frases entre las que
esgrime disparadores de escritura –“Escribir para vaciarse. Escribir para
sentirse menos vacío” (47) o “Los recuerdos como disparadores de escritura” (48)
– y consejos para la corrección como “encontrar el tono, el ritmo. Tal vez lo
más difícil pase por ahí. (…) No es conveniente aferrarse a lo escrito como si
ya fuera definitivo” (9).
Pero el texto no se
agota en el dispensario de consejos y anécdotas. Otra línea de lectura que
podemos trazar es la de reconstruir los fragmentos autoficcionales que se
insertan en las páginas; por ejemplo aquel que se inicia con “mi hijo me
explicó que no está bien que cante todas las canciones con el mismo ritmo” (139)
y conectarla (o no) con otro fragmento que dice “quiero contratar un doble para
que me suplante en los peores momentos. Por ejemplo, cuando me citan del
colegio de mi hijo” (127).
Anita
y Procesos Técnicos nos abren las puertas a la obra de Bermani. Nos
regalan claves de lectura y de artificios que permiten rastrear intertextualidades
convalidantes en una vasta y cautivadora producción.
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