“¡Qué Fauda ni qué coñazo!”, por Edgar Durruti
Fauda, Lior Raz y Avi
Issacharoff, Netflix. Abril de 2020 estreno de la 3 era. temporada.
Os
daré un consejo: no sigáis consejo alguno. Por seguir el consejo de un amigo,
perdí a mi amigo y su consejo. El tío se daba corte de experto en series, tanto
insistió en que viera Fauda que me
puse a visionar las tres temporadas. ¡Madre mía! ¡Qué coñazo! Vosotros se
preguntarán, ¿es que con algunos capítulos no era suficiente? En busca de las
razones por las que la había recomendado con tanto ahínco terminé tragándome 36
episodios para al fin aceptar que mi amigo no sabe nada de cine ni de series, y
que lo que él se empecina en llamar arte apenas es cotillón.
Primera
trampa: el belicismo de las fuerzas del orden. Si vosotros disfrutáis de los
policiales, la primera temporada os parecerá aceptable. Se presenta al
personaje central, Doron Kavilio, que vuelve a su puesto en las Fuerzas de
Defensa de Israel luego de haber estado un tiempo retirado. Conocemos también a
los demás agentes de su equipo, en su intento por derrotar al terrorista
palestino Abu Ahmad. Se delinean dos culturas enfrentadas en y por un
territorio: una vive la religión de manera alienante y fundamentalista (la
árabe), poco sabemos cómo vive la religión la otra, ya que los personajes de la
brigada israelí son modernos, liberales, y se piensan libres de dios en su
consumo.
Segunda
trampa: la tecnología y su ausencia. El recurso de hacer tomas aéreas de las
zonas en conflicto como si fueran las imágenes ofrecidas desde un dron
(israelí), la famosa vista balzaciana a vuelo de pájaro, oculta de manera deshonesta los
límites del encuadre mayoritariamente elegido a lo largo de las tres
temporadas. En el uso de la tecnología se cifra el éxito de cada operación y
los ideales de progreso que defienden unos y otros.
Tercera
trampa: el maniqueísmo soso de los personajes. La serie es ramplona sin pretender
serlo, al recargar las tintas en mostrar los desbordes terroristas islámicos
termina evidenciando los múltiples crímenes perpetrados por el Estado de
Israel, a través de personajes maniqueos que no se interrogan nunca por su
accionar y actúan como simples máquinas de muerte.
“¡Fauda!”
grita el comando israelí antes de que la balacera se inicie (al poder sionista
poco le importan los muertos civiles). En
árabe, la palabra significa “caos”. Si os place, podéis gritarlo también: ¡Fauda!
¡Fauda! Pero sabed que lo que sucede en la Palestina ocupada no es ninguna “fauda”
y que el Estado de Israel sigue siendo ese “violador crónico de los derechos humanos”
que denunció Amnistía Internacional.
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