“Break Point, juegan los jóvenes (Espiral IV)”, por Florencia Eva González

 


Duerme en Puerto Nuevo un mundo de náufragos que no provienen del río. En las madrugadas, rodean a los canillitas que venden La Prensa para leer los avisos de “ofrecidos” mientras llegan en bicicleta antes que otros a la fábrica para ver si hay algo. En el conventillo de cinco patios con malvones, yace la yerba de ayer secándose al sol. Se levantan los ranchos de lata en Villa Desocupación y ni la familia Unzué con su palacete se salva. Buscar trabajo cansa más que el trabajo mismo y puede todavía verse a esos hombres gastados, mal vestidos y alimentados, en el cuadro de Antonio Berni de 1930.[1] En la víspera, cuando la influencia del fascismo europeo avanzaba, cobran sentido voces como las de Leopoldo Lugones, quien asegura que ha llegado “la hora de la espada”. Asoma un nuevo rol del Estado y con él, otro modelo de violencia. Temen que la democracia pueda dar lugar al comunismo como La Nueva República, agrupando entre otros a Rodolfo y Julio Irazusta, Ernesto Palacios, César Pico y Juan Carulla, núcleo inicial sobre el que ejercieron gran influencia Charles Maurras y Benito Mussolini. Culpan de la crisis a la democracia, a la que tildan de caótica para apoyarse en las Fuerzas Armadas y realizar los Golpes de Estado, garantes del “orden”, que se sucederán hasta 1983.

Primera espiral. El Luna Park reúne 20 mil personas que entonan el himno nacional de pie con el brazo extendido. Las banderas visten al emblemático estadio de la calle Bouchard y Corrientes con una gran cruz esvástica en forma de tuerca presidiendo el espacio. Detrás, en letras góticas, cuelga una bandera con la leyenda “Heil Führer” y otra con el eslogan de Hitler: “Un pueblo, una nación, un conductor”. Es un acto organizado por la comunidad austríaca-germana en Buenos Aires para celebrar la anexión de Austria al Tercer Reich. La congregación nazi, en su mayoría de jóvenes, resulta la más grande realizada fuera de Alemania. Otros tantos se reúnen en un acto de desagravio en la Plaza San Martín, reprimido por policias. Es el mes de abril del año 1938 y gobierna Roberto Ortiz en plena Década Infame. Para ese entonces ya se sabía que el partido nazi era abiertamente antisemita, anticomunista y antidemocrático, como puede demostrarse observando las primeras leyes, cuando los opositores habían sido encarcelados, perseguidos y muchos ya se habían exiliado. Los sectores nacionalistas y conservadores en Argentina alaban lo que Hitler había conseguido por la recuperación económica de Alemania, luego de la crisis que se traducía en hiperinflación y desocupadación.


| En las aulas o en las mesas familiares callan, no dicen nada; pero su actitud satisfecha habla: yo lo voté. |


Muchas obras literarias anticiparon al nazismo con los jóvenes como protagonistas. Entre ellas, Las tribulaciones del estudiante Törless, escrita por Robert Musil en 1906, ambientada  antes de la Primera Guerra Mundial en una estricta escuela austro-húngara. La novela cuenta la historia de dos alumnos que descubren que Basini, un compañero, les ha robado dinero y deciden no denunciarlo para mantenerlo amenazado y poder castigarlo ellos mismos. Así, proceden a torturarlo y humillarlo de formas cada vez más sádicas, ante la impasividad del propio implicado y, poco a poco, de los demás estudiantes que se convertirán en silenciosos cómplices. La violencia como fuente de placer se irá naturalizando, sumida en una sociedad en la que impera la conciencia de clase, el patrioterismo, una educación castradora y la disciplina militar. Esa conducta es analizada por otro compañero de clase, un joven llamado Törless, que aparentemente rechaza los hechos pero calla e intelectualiza sus pareceres escribiendo un diario íntimo. Cuando en el final, comparece ante un grupo de maestros que lo interrogan sobre los abusos a Basini, se comprenden las “tribulaciones” o el “extravío” -dependiendo de las traducciones- que aluden al título de la obra. Törless, que se considera intelectualmente superior, no sólo a sus compañeros sino a los propios maestros, respecto a los hechos de los que fue testigo, más que a un despertar de la conciencia moral, lo tornan un nihilista. Sabe que fue cómplice de los abusos cometidos pero no le importa y juzga a la situación sin salida. En 1966, Volker Schlondorff lleva esta novela al cine, también conocida como Nido de escorpiones, ópera prima que la convierte en la punta de lanza del Nuevo Cine Alemán. La historia en ese colegio austriaco y, sobre todo, la indiferencia de Törless otorgan la posibilidad de un salto retórico. El totalitarismo y cualquiera de las posiciones reaccionarias fueron posibles no sólo por los crueles, los sádicos y por la cobardía de quien prefería aguantar las humillaciones sino también por quienes asistieron con indiferencia, acaso con algo de curiosidad, al nacimiento del nazismo. Törless es una versión juvenil, menos frívola, del bisexual aristócrata hedonista von Heune de Cabaret (1972), quien subestimó a los nazis y pensó que podían ser controlables. “¡Bienvenido a Cabaret!” canta el maestro de ceremonias del Kit Kat Klub, “a presumir y divertirte” vocifera Sally (Liza Minelli), recordando a Elsie, la amiga que murió por sobredosis. Con extravagante maquillaje y burda simpatía, los personajes parecen sacados de un lienzo del movimiento artístico de la Nueva Objetividad, como el boceto de una mujer sentada en la audiencia, reproducción exacta de Retrato de la periodista Sylvia Von Harden, pintura de Otto Dix de 1926. Cabaret nos transporta a un Berlín permisivo y estridente que esconde su tenebroso destino. En el escenario, mujeres luchan en el barro, hombres hacen parodias grotescas y el Sr. Loyal le declara su amor a un mono. Berlín se ha convertido en la capital kitsch del mundo, al menos por unos meses. Allí suceden las fiestas despreocupadas de los Años Locos cuyo objetivo es olvidar lo que dejó el desastre de la Primera Guerra: un tendal de muerte y devastación, como en una pandemia, con una consigna anidando en cada sobreviviente: vivir el presente. El sonido de un tambor marcial anuncia un viraje que revela, en los espejos deformes que bordean la habitación y que refleja al público, a varios hombres con camisas marrones con brazaletes marcados con una esvástica. La fiesta termina en una tragedia bañada en sangre, tan roja como sus gamadas cruces. 

El Partido Nazi en los años 30 supo identificar la postergación que sentían esos jóvenes que, sumado al torrente de energía de la plenitud corporal, se erigieron como base de un nuevo mundo y nuevos miembros del partido. Madres y soldados, enseñados desde niñxs a tener conciencia racial y a mantenerse físicamente en forma para construir un nuevo horizonte para Alemania, pusieron al deporte y a la guerra como prioridad. Las Juventudes Hitlerianas, como símbolo del futuro, solían estar presentes en las marchas del Partido Nazi o en los mítines anuales de Nuremberg como muestran las películas de Leni Riefenstahl El triunfo de la voluntad (1935), u Olympia (1938), retratando las olimpíadas celebradas en Berlín en 1936. En cualquier caso, se los ve disfrutar de los desafíos físicos, de la competencia e incluso de la camaradería: la satisfacción de pertenecer viabilizando un goce que muchos canalizaron en la preparación para la guerra y el sacrificio por la patria como respuesta a la miseria que vivió la Alemania de entreguerras, un escenario de deterioro constante de las condiciones de vida con falta de perspectivas.



La espiral vuelve en su contorsión a la actualidad y una pulsión que venera la destrucción, reparte pociones de placer y dolor en el instante en que se tornan indiscernibles. Lo mismo sucede con la muerte y la violencia que se naturalizan aliadas a una idea libertina, confundiéndola con una liberadora. Creación y libertad, atribuibles a la juventud, se alían al uso de la fuerza y el cuerpo -su potencia e imagen-, ubicándolos en el centro de la escena contemporánea. La energía vital de esos cuerpos “naturalmente” se expande y la capacidad para basar su actividad en ella se encuentra obturada por el mundo de trabajo que, de incluirlos, lo hace sólo de manera marginal. En las aulas o en las mesas familiares callan, no dicen nada; pero su actitud satisfecha habla: yo lo voté. “¿Qué derechos podemos perder? ¿Acaso tenemos alguno?”, tal vez piensan o, en algún caso, dicen. Suena la música de la película Rocky, acordes que inspiran la idea de lucha y superación. El Movistar Arena, repleto de jóvenes al grito de “¡Viva la Libertad, Carajo!”, se prepara para recibir a su candidato. El escenario, rodeado de un halo violeta, es dominado por una gran cartel que anuncia “Milei 2023. La única solución”.[2]

La potencia de ser busca un cauce y su voz, una expresión que brinde un lugar en un mundo cada vez más fragmentado y entrópico. Las instituciones, enquistadas en el viejo mundo “real”, como la educación o el trabajo, ámbitos orgánicos a los primeros años biológicos, no dan respuestas satisfactorias y lucen anacrónicas. El “corsi e ricorsi” devuelve un diseño del mundo laboral esquivo que luce más atractivo sin regulaciones del Estado, es decir, sin derechos ni legislaciones, resabios de un discurso antiguo sin puntos de contacto con el horizonte de los sujetos. Trabajos temporarios gobernados por Apps de servicios como Uber y Rappi, actividades que ofrece el mundo virtual monetizando “vistas” y “me gusta”, se vuelven una salida laboral concreta que se ubica en una franja libre de legislación sin influencia del Estado. Las changas en negocios o supermercados chinos prometen libertad al margen de los derechos. Una hipotética regulación en tal sentido ni siquiera parece ser bienvenida, mientras que una élite juvenil con conocimientos más puntuales sobre el fluir de los negocios se inserta desde sus casas en transacciones financieras con criptomonedas y servicios, desarrollando una vida desligada de las instituciones que rigen lo social. La política no encuentra, en sus fórmulas habituales, respuesta ni lenguaje para el sector más dinámico de la sociedad. Balbucea razonamientos y gestos adolescentes para volverse un interlocutor válido, sin lograrlo. Los exabruptos y gritos como señal de vitalidad, la escenificación rockstar, la envoltura rebelde por cuestionarlo todo y la actividad sexual forzosamente hegemónica como gesto de virilidad adquieren un sentido renovado en respuesta a las posiciones disidentes que han ganado terreno en los últimos años. Para no desentonar, el mundo adulto, asentado o no, tampoco acepta envejecer y se infantiliza. Fluye un vértigo de pantallas, en un mundo de autómatas conectados en el éter. En las madrugadas o a última hora de la noche, llegan sudados en bicicleta a repartir pedidos de otros. Levantan rascacielos para nadie mientras viven en la vereda, sin techo ni esperanza, durmiendo a cualquier hora en ciudades cada vez más hambrientas, sin siquiera un Berni actual que haga visible su existencia.


*Ilustraciones de Biby Aflalo


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[1] Cuadro “Desocupación” de 1930, realizado por Antonio Berni.

[2]   La previa del acto de cierre de campaña del candidato de “La libertad avanza” es cubierto casi de manera “oficial” por un joven de no más de 22 años, Mariano Perez. Su canal de youtube se llama Break Point. El acto fue seguido en vivo por más de 70 mil personas. Un joven referente de jóvenes. 

  


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