“Lengua madre”, por Rosana Koch




Las hijas sanan algo en sus madres, la vida funciona de ese modo, 
un hilo sigue por las lenguas y los vientres.
María Teresa Andruetto. Cleofé (2017)


Música materna de Graciela Batticuore. Buenos Aires, Alfaguara, 2023, 336 págs.

                                                                   
Para ingresar a Música materna, su autora, Graciela Batticuore, ensaya el viejo oficio de contar. Me gusta leer esta novela en ese gesto: una madre que narra y una hija que escribe, modula ese tono en su labor de rescate, una conversación que se escribe e intenta registrar una voz en estado puro (todavía imagino a Nina escribiendo, sin levantar la cabeza). En ese cruce entre oralidad y escritura, se va tramando la historia de María, hija de inmigrantes italianos que llega del pueblo de Castropignano a la Argentina con su mamma Felicia, para reencontrarse con su padre y su hermano que se habían establecido en el país tiempo atrás. Para ellos, Buenos Aires fue una forma de escapar de la guerra y una promesa de trabajo y futuro del otro lado del Atlántico. María llega junto con su madre a los catorce años de edad en el barco Sestriere –uno de los primeros que arribaron a la Argentina– después de veinticinco días de viaje. “Así llegué yo a la Argentina, con la ropa más linda que mi madre me pudo comprar en Campobasso” (87). Utilizan una fotografía que se enviaron antes de la partida para reconocer a quienes las esperaban en el puerto después de tantos años de penurias y ausencia: “Agarró la foto en la mano y se abrazaron fuerte los dos, se pusieron a llorar. Mi hermano le decía sí, yo soy tu hijo, mamma, soy tu hijo. Y la abrazaba muy fuerte” (89). 
Las fotografías recorren algunas páginas del libro. La mayoría de ellas dejan ver expresiones que van de las miradas sobrias, apagadas y vestimentas oscuras a la complicidad jocosa del encuentro, después de dejar atrás los tiempos de miseria, sufrimiento y bombas. En realidad, las fotografías asumen significados diferentes según el contexto en el que se encuentren. El archivo privado y familiar cobra otra dimensión cuando las fotos, los pasaportes, certificados y documentos de identidad forman parte de la muestra “Música materna. Geografía ancestral” en el Museo de la Inmigración[1]. De esta manera, se agrega un valor documental, historiográfico, que aporta material testimonial a una época fundamental en la configuración identitaria del país.
Música materna completa la trilogía que comenzó la autora con Marea (2019) y continuó dos años después con La caracola (2021) a través de la historia de Nina. En la novela, Graciela Batticuore cambia el foco para capturar la mirada de la madre de Nina y con ella trazar la epopeya del inmigrante: “¿Sabés lo que era ver toda la gente muerta, así, delante de ti? Había que pasar por encima de los muertos, había que andar con cuidado para no pisarlos. ¡Pelamaiella!” (44). En el registro de la voz de María, en “el recóndito hilo de su voz” (331) se inscribe la urgencia de sobrevivir del fascismo de Mussolini y de los estallidos de la Segunda Guerra Mundial. También se perciben las modulaciones de la lengua híbrida del desarraigo, de una identidad urdida por el cruce de lenguas y una arquitectura sintáctica que se amalgama a las entonaciones de esa voz. Si en La caracola, la lengua madre es un lugar de pugnas y colisiones, en Música materna se convierte en la melodía necesaria para construir una poética. Por momentos y a partir del efecto de oralidad en el que el curso de la memoria se contamina, hay sucesos, expresiones, giros o modismos, que se repiten, se retoman y profundizan en un camino espiralado donde la narración va y viene.
Me gustaría retomar el principio de la novela: Modestina escribe una carta a pedido de Felicia, campesina que no sabía leer ni escribir, tampoco María, ella solo pudo ir a la escuela un año ya que su escolaridad se interrumpió por la guerra, de modo que “la mediadora” transcribe el mensaje que Felicia le quiere enviar al esposo y que tiene como propósito mandar saludos e informar especialmente que las hijas se encontraban bien. Por la demanda de tantos campesinos analfabetos del pueblo, “zia Modestina” tarda tres o cuatro días y cuando termina, las manda a llamar y les lee el contenido de la carta en voz alta para corroborar si se entiende o si falta agregar algo más. 
¿Por qué no pensar que en esta escena de lectura y escritura que forma parte de la experiencia biográfica de la escritora, se delinea el gesto inaugural donde se interceptan varios núcleos que se continuarán en su proyecto estético? Son muchas las escenas que, superpuestas, terminan bosquejando un mismo imaginario: mujeres que aprenden a desear leyendo novelas románticas que el diablo deposita en sus manos, mujeres que leen y escriben cartas desde la distancia del exilio, mujeres veinteañeras, cultas y modernas, retratándose con un libro en la mano, mujeres que son lectoras “patriotas” e ilustres, “proletarias” y anarquistas. Mujeres que son madres y leen a sus hijos –cartas familiares, por caso, como les leía “Agustina Ortiz de Rozas a sus hijos Lucio y Eduarda Mansilla”–. El mundo letrado de la mujer burguesa y con afán “civilizador” convive con el analfabetismo de muchas mujeres que debieron resignarse a esa condena social: “Me dejo arrastrar por este río que trae y lleva tantas historias de iletrados, historias en las que me reconozco también” (Batticuore, 2020), dice la escritora antes de referirse a la novela de Eduardo Muslip, Florentina (2017), cuya protagonista no forma parte de la cultura letrada, al contrario, apenas logra estampar su firma en el papel con una letra lenta y torpe.  Entre las tantas figuraciones femeninas de lectoras y escritoras en el ámbito del arte y la literatura del siglo XIX, Graciela Batticuore también supo incluir, en clave ficcional, la de su madre y su abuela. 
Música materna. Memoria compartida. Acto de creatividad, de generosidad. Una obra que se vuelve sobre lo vivido, pero extendiendo y multiplicándolo a generaciones pasadas y por venir. 






[1] La muestra literario-documental se presentó el 12 de agosto bajo el título “Música materna. Geografía ancestral (cultura migratoria, intimidad, política)” en el Museo de la Inmigración (MUNTREF) en Buenos Aires, julio-diciembre de 2023. También, se puede mirar un video con fotos familiares, el paisaje del pueblo Castropignano y la voz de la escritora. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=jsIRmF7IueM
[2] Batticuore, Graciela (2020). Lectura, escritura e intimidad. Historia de las mujeres sin letra. Confluenze. Rivista Di Studi Iberoamericani, 12 (2), 212–230. Disponible en: https://doi.org/10.6092/issn.2036-0967/12177. 



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