“Comentarios y risas”, por Hache Pavón
La risa de las mucamas, de
Guillermo David. Buenos Aires, Caterva, 2019, 152 páginas.
Guillermo David recupera un género literario renacentista: la miscelánea, propia de un autor con una curiosidad universal. Según su etimología: literatura que mezcla materiales y curiosidades. Así lo manifiesta en su “Aclaración innecesaria…”: “No sé bien qué son estos textos. Tampoco sé que no son. Sí puedo decir que a lo largo de cuatro décadas de lector fui anotando pequeñas observaciones o historias, a veces son citas, paráfrasis o simples plagios, o incluso sucedidos personales o de terceros, que aquí recojo sin mayor criterio” (13). Notas en los márgenes de las páginas de los libros, marginales, al margen. El lector, la lectora pueden imaginar esas notas, reconocerlas como productos de sus prácticas. ¿Quién no lo ha hecho alguna vez?, tomar un lápiz, una birome o un resaltador y subrayar, pero cuando la admiración o la indignación desbordan, el subrayado no es suficiente y sobreviene la nota. Una autobiografía intelectual: cuarenta años de lecturas nos ofrece el autor.
Fidelidad:
la miscelánea es un género difícil de traicionar. Un género bastardo como la
vida misma. Mezcla e inversión, desde el título y desde el epígrafe que abren
el libro, La risa de las mucamas y
“Qué es una cosa es una pregunta de la cual las mucamas se ríen”, David mezcla,
como tantas veces se ha hecho en la historia de la literatura, lo popular y lo
clásico (el producto del humor cotidiano y el producto de la filosofía de
Heidegger), pero en este caso invierte el sentido de la relación y lleva a cabo
esa inversión del orden de lo irrisorio desde la cultura letrada: lo popular se
mofa de lo clásico. Es un escritor, ensayista, traductor y curador quien pone
en escena esa inversión del capital cultural. Así, a lo largo de las notas, el libro
levanta lápidas para héroes y traidores. La figura de una mujer sobresale entre
tantas, Eva Duarte de Perón, Evita, heroína popular que cruza el libro como una
caricia o una cachetada, según se lean notas como la siguiente: “La militante
salta una parecita y entra a una vivienda humilde, mientras huye de la cana
durante una manifestación. La viejita dueña de casa, que la había tomado del
brazo y metido adentro, le muestra un altar de Evita. ‘Yo lucho por lo mismo
que ustedes: para que Ella resucite’ –le dijo” (57). Así, por momentos, esta
miscelánea se vuelve proclama popular, evitista y feminista.
El 7
de enero de 1977, en el Collège de France, Roland Barthes pronuncia su célebre “Lección
inaugural” de la cátedra de Semiología Literaria y lleva a cabo un tratamiento
indirecto y obstinado del poder, de su relación con la lengua: el poder es
plural en el espacio social y perpetuo en el tiempo histórico porque vive en la
lengua. En el cierre advierte que el método para desbaratar todo discurso de
poder sería sostener un discurso sin imponerlo y que la operación fundamental de
ese desprendimiento consistiría en la fragmentación si se escribe y en la
digresión si se expone. En tiempos en que, una vez más, el poder se sirve de la
lengua para imponernos, para intentar imponernos, lo que debemos decir –la
lengua es fascista, recuerda Barthes–, con La
risa de las mucamas, David nos ofrece una preciosa excursión y una preciosa excusa
para patear el tablero.
Para
los adictos de la visión apocalíptica está el apocalíptico Theodor W. Adorno,
quien aparece en una nota de la última página: “Todo lo que haremos, lo haremos
mal” (150).
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