“CORONA-KILLERS Y OTROS DEMONIOS (1)”, por Florencia Eva González
Pantalla total para la “Cuidocracia”
Estamos
en tiempo de pandemia, atravesando una cuarentena, un encierro que nos hace
experimentar en el cuerpo una nueva forma del tiempo, con un grado de
alienación nunca alcanzado. Eso transforma cualquier idea, sensación o
escritura sobre este “momento” en materia que se torna tan maleable como sosa;
una condición dinámica que no le otorga atractivo per se. Mientras este tiempo-escritura-alienada sucede está en
debate la decisión del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires de que los mayores
de 70 años llamen a un número de teléfono antes de salir a la calle, para poder
“cuidarlos” en pos de “persuadirlos” o “ayudarlos” para que no lo hagan. Por
eso, aludir a la “Cuidocracia”, parece apuntar a un Estado que reprime por un
fin noble, tornándolo bueno y protector, “como una madre” –dijo Rita
Segato.
Pero el objetivo de este texto no es desarrollar ese punto sino el de pensar el
rol de los medios de comunicación como sistema unificador total y aplastante en
esta crisis mundial y en el orden global que viene.
Entre
los valores que el neoliberalismo ostenta como pilares están los principios de
libertad y seguridad. Su hegemonía incólume, robustecida luego de la caída de
Muro, domina la lógica del sistema global de comunicación, más allá de los
Estados y los gobiernos nacionales. Su fundamento motor resume en la “libertad
de prensa” una función auto adjudicada en la vida social sin identidad ni
contenido en sí, sino amparado bajo el objetivo de “servir a la sociedad”. Esa
idea guarda el artilugio más efectivo de la ingeniería social y política que
rige al mundo occidental y construye el andamiaje transparente que sostiene un
cúmulo de creencias y prácticas dominantes. No es novedad afirmar que los
medios de comunicación ponen en funcionamiento un dispositivo disciplinario de
primer orden, ostentando en muchos casos un poder económico tal que defiende o
publicita, bajo el paraguas del mercado y la libertad, sus propios intereses.
En
este marco general, surge una pandemia y los medios de comunicación quedan en
primera fila. Su pantalla caliente debe mostrar la situación en el mundo,
informar, comunicar las decisiones de Estado, tejiendo horas y horas con
especialistas, datos y estadísticas en un tapiz corporativo hecho con la fibra
que mejor manejan: el miedo. Así la autoridad que imponen los medios de
información se derrama en todos los terrenos. Su poder se vuelve incluso más
explícito como cuando los diarios argentinos de supuesto distinto vestido
ideológico y político, como La Nación,
Clarín, Página12 o Crónica,
publicaron el 19 de marzo una portada unificada con el mensaje: "Al virus
lo frenamos entre todos. Viralicemos la responsabilidad. #Somos
responsables", como parte de una campaña para combatir el coronavirus. El
discurso fue festejado como “unificador” y oportuno para “tirar para el mismo
lado” sin aludir demasiado al rigor indispensable de la política, que no es la
fusión indiferenciada, ni la monopolización de la palabra, ni la instalación de
un discurso único ni de sentidos congelados como certezas. Esa unicidad en la
televisión se replicó en “Unidos por Argentina” –programa ideado por Fabiola
Yáñez, la primera dama–, que pasó sin pena ni gloria pero se ufanó de propagar
comunión en la pluralidad con conductores y conductoras de deliberado único
signo afín al anterior gobierno. Estos dos ejemplos son una poderosa sinécdoque
de su contenido y orientación de vocación unificadora total. Si se articulan
como “la voz de la nación”, lo son principalmente de una clase media hecha a su
imagen y semejanza, e incluso enarbolando un mensaje más profundo: abrimos y
cerramos la grieta cuando nos da la gana.
Desestimando
la riqueza discursiva con loables motivos, el Estado se organiza para
“cuidarnos”, recluyéndonos en nuestras casas, ejerciendo un control total sobre
nuestras vidas, con un objetivo noble: el bien común, salvar vidas. ¿Quién
podría negarse? El mecanismo abre aún más el abanico de significaciones
totalitarias con consecuencias que ahora se desestiman pero que, en rigor, se
desconocen al anular el lugar “democrático” de las diferencias y afirmar el
carácter “unidimensional”[1] del
poder comunicacional, sin que la aparente diversidad y horizontalidad de las
redes puedan ni logren compensar el enorme desequilibrio informativo trazado.
“Tapate la boca”
La
aparente “apertura” de la cuarentena nos condena a tener que estar con
tapabocas en lugares públicos. Bozales sanitarios cuya obligación de portarlos
se refuerza en pantallas viales que dicen sin eufemismos: “tapate la boca”.
¿Debemos sumar a este subrepticio llamado a callarse, la evidente barrera de
contención que trae la pandemia a manifestaciones, luchas de liberación o
protestas sociales de cualquier tipo? Que responda Piñera en Chile, que tenía
un gobierno jaqueado y deslegitimado, o Jeanine Áñez que mantenía un gastado
Golpe de Estado con una derrota segura en las urnas, o Lenin Moreno o Bolsonaro
cuyas organizaciones en su contra eran cada vez más grandes.
Los
poderes enquistados se encolumnan para sostenerse a sí mismos bajo la batuta
comunicacional cuya misión principal es articular el discurso que sostiene un
andamiaje de control, basado eficientemente en los beneficios del cuidados de
sí, y en hacer de cada casa, un amable ambiente de reclusión. La metáfora
utilizada es conocida, desembozada y se ajusta como anillo al dedo: es una
“guerra”, y el virus, un “enemigo invisible”. Esa idea, fomenta la cohesión de
una sociedad frente al miedo del contagio y de la muerte, cerrando filas pero
sin plantear sus causas. Esa pregunta, se intuye o se sabe, podría roer las
bases mismas de la lógica capitalista. El enemigo podría ser el propio sistema.
¿Contra quién se combatiría, entonces? ¿Por qué Trump insiste en llamarlo el
“virus chino” si no fuera porque es obvio que es más fácil combatir a China que
a sí mismo? Pensar en términos de guerra es orgánico y conveniente, requiere un
Otro a vencer. Pero, ¿cómo se doblega algo que no tiene vida ni intención? Al
virus, pues, la humanidad no lo vencerá: quizá no deba hacerlo.
El
discurso bélico ha demostrado su eficacia en numerosas ocasiones. Incluso es
utilizado por la política, el marketing y los medios en general sin “enemigo” a
la vista, siguiendo los resúmenes de los ocho volúmenes de De la guerra de Carl von Clausewitz[2]. A este método de
confrontación binaria se le suma un carácter “de trinchera” asumido por los
comunicadores cuya labor es considerada “esencial” e incluso “heroica”. Su
discurso militarizado, cuya centralización ya es conocida, redobla la apuesta y
se ufana de repetir las mismas consignas, sin necesitar diferencias retóricas
en frases como: “Juntos podemos hacerlo”, “Argentina nos necesita”, “Unidos por
Argentina”. Modismos que si bien pueden aplicarse a una “batalla” contra el
virus, resultan una metáfora que los medios repiten sin fallas ni dudas. La
usina mediática se siente cómoda con la pandemia: utiliza un lenguaje que
implica una “administración total” repitiendo una fórmula redonda: “Yo me quedo
en casa”. Una configuración de mundo “unidimensional” que se expresa en tanto
acción positiva que se afirma sobre sí misma: “decidimos” quedarnos en casa
mirando cómo la televisión nos dice que nos quedemos en casa.
Los
conceptos de autonomía, descubrimiento, demostración y crítica dan paso a los
de designación, aserción, imitación y despliegue de números. Elementos mágicos,
autoritarios y rituales que cubren el idioma de un sentido único. Proliferan
modelos de suscripción, el zoom y los
podcast pero no logramos pensar lo
virtual. Sólo somos su instrumento. Lo virtual nos termina pensando, tan
imperceptible y global como un virus.
Habiendo
transcurrido treinta años de la caída del Muro de Berlín, vivimos un nuevo
cambio de paradigma con consecuencias aún no mensurables. Así como el sistema
se tornó más adusto y fantasmal, el futuro próximo es cada vez más elusivo e
improbable.
*Ilustraciones de Paula Adamo
[1] El análisis de Herbert Marcuse
escrito en 1968, El hombre
unidimensional, sigue teniendo vigencia pesar de la sofisticación
tecnológica de las últimas décadas.
[2] Ver la versión íntegra de: Carl
von Clausewitz, De la guerra. La
Esfera, Madrid, 2005.
El análisis es muy bueno. ¡Me preocupa la noción del enemigo invisible! La publicidad de YPF aludiendo a las batallas heroicas de la Independencia, y la conducción de personajes de la historia como Juana Azurduy al mando del combate del coronavirus 19, da que pensar. Hemos cambiado a los realistas por el virus y la liberación nacional sólo será posible cuando la vacuna sea descubierta. ¡Algo huele a podrido en Dinamarca!
ResponderEliminarSiiii. Muy cierto!!! La publicidad de YPF resalta "valores" guerreros y nacionales retrógrados, alimentando una emocionalidad simplona que obtura los verdaderos problemas.
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