“Filosofemas de la crisis (1)”, por Jimena Néspolo
Letanía sobre lo letal y lo excepcional
Tanto ha predicado Giorgio Agamben
sobre el carácter “excepcional” que asumen los Estados actuales para mantener
su continuidad suspendiendo el derecho mismo, tanto se han esforzado los
Estados actuales por darle la razón que, entusiasta, se calzó con premura las
mismas lentes teóricas para analizar la pandemia; pero la viruseada realidad no
conoce clases sociales ni acata autoridad alguna del stablishment cultural y al fin le dio vuelta fatalmente la taba.
Reputadxs y desconocidxs pensadorxs, recienvenidxs e incluso viejxs compañerxs
del parnaso filosófico salieron a la palestra del debate, a tal punto que en
menos de un mes se excretó un pequeño
compilado con las intervenciones más jugosas de ese debate: un libro que circula
libremente por la red, fuera de la lógica del mercado, igual que el Covid-19, y
que se llama Sopa de Wuhan.
Poco importa ya que en los últimos
meses de 2019, en varios países latinoamericanos –para abocarnos solo a una
región del planeta– se obstinaran en seguir al pie de la letra el manual del
perfecto “Estado de excepción” estudiado por Agamben en su obra Homo sacer, reforzando hasta la asfixia
las medidas represivas: Chile instaurando el estado de sitio para contener la
insurgencia generalizada; un levantamiento militar en Bolivia y la negativa de
la naciones “civilizadas” de llamar “golpe de Estado” a un gobierno que se
instaló y se mantiene por la fuerza económica y militar; Colombia desandando el
proceso de paz –firmado en 2016 entre la guerrilla de Farc y el Estado– y
asesinando a mansalva a los líderes sociales; y la lista sigue. El virus
encontrado en la ciudad china de Wuhan a mediados de diciembre pasado en pocos
meses ha logrado que casi todos los países del planeta cierren sus fronteras y
decreten la cuarentena intentando frenar su frenético contagio y, por si fuera
poco, ha puesto de manifiesto la crisis global que atraviesa Occidente y la necesidad de pensar las
contingencias singulares del presente con otras herramientas críticas, nuevas o
acaso distintas de las desplegadas para pensar el fenecido siglo XX.
En la intervención “La invención de
una pandemia” (del 26 de febrero de 2020) Agamben se pregunta “por qué los medios de comunicación y las autoridades se
esfuerzan por difundir un clima de pánico, provocando un verdadero estado de
excepción, con graves limitaciones de los
movimientos y una suspensión del funcionamiento normal de las condiciones de
vida y de trabajo en regiones enteras” de Italia frente a una gripe que “parece
ser similar a la sufrida todos los años”. Y apurado arriesga una respuesta,
focalizando dos factores que pueden ayudar a explicar este “comportamiento
desproporcionado”: En primer lugar –dice Agamben–, “hay una tendencia creciente
a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno. El
decreto-ley aprobado inmediatamente por el gobierno ʻpor razones de salud y
seguridad públicaʼ da lugar a una verdadera militarización de los municipios”
que de manera vaga permitirá extender rápidamente el estado de excepción en
todas las regiones, ya que es casi imposible que otros casos no se produzcan en
otras partes. Vale la pena mencionar algunas de “las graves restricciones a la
libertad previstas en el decreto” que menciona Agamben porque son similares,
sino calcadas, a las medidas tomadas por el gobierno argentino el 15 de marzo y
reforzadas el pasado 29, también por decreto: 1) suspensión de los servicios de
educación para niños y escuelas de todos los niveles y grados; 2) suspensión de
los servicios de apertura al público de museos y otras instituciones y lugares
culturales; 3) aplicación de la medida de cuarentena con vigilancia activa y
prohibición de transitar en la vía pública; 4) suspensión de eventos o
iniciativas de cualquier tipo en que se congregue gente; etc. etc. Agamben se
pregunta a qué se debe la desproporcionada coerción y concluye: “Parecería que,
habiendo agotado el terrorismo como causa de las medidas excepcionales, la
invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más
allá de todos los límites”. El otro factor que apunta es “el estado de miedo
que evidentemente se ha extendido en los últimos años en las conciencias de los
individuos y que se traduce en una necesidad real de estados de pánico
colectivo, a los que la epidemia vuelve a ofrecer el pretexto ideal”. Así, en
un círculo vicioso perverso –concluye–, “la limitación de la libertad impuesta
por los gobiernos es aceptada en nombre de un deseo de seguridad que ha sido inducido
por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerla”.
Epígonos del norte y
del sur salieron a repetir “urbi et orbi” esta letanía contra-Estatal que, con
el correr de los días y las muertes, se fue debilitando a medida que el miedo
se impuso. Las primeras voces discordantes se hicieron oír, su amigo Jean-Luc Nancy
le pasó varias facturas (“Excepción viral”) y Agamben salió a morigerar sus
palabras con intervenciones un tanto tibias (“Contagio” y “Reflexiones sobre la
peste”) que, aunque no desdecían la patinada anterior, lo mostraron
abiertamente abrumado cuando no miope frente una realidad que sólo en Italia se
ha cobrado a la fecha más de 14.000 muertes.
El concepto “Estado de excepción” es
central en la filosofía de Giorgio Agamben, y es –en rigor– el título de la
segunda parte de Homo sacer, una obra
orquestada en cuatro tomos e iniciada en 1995. La reflexión nació bajo un
contexto particular, el de la caída de las torres gemelas en el año 2001 y la
política estadounidense de guerra total contra el terrorismo, desatada por
George Bush y su “military order” que autorizaba a la detención indefinida de
los no-ciudadanos estadounidenses sospechados de actividades terroristas. Esta
política que permitió desde entonces la detención indefinida de personas y su
juzgamiento por parte de comisiones militares distintas de los tribunales
civiles y de los tribunales de guerra, y que Agamben equipara a la situación
jurídica de los judíos en los Lager nazis, con diferentes matices ha sido
naturalizada como política de Estado en distintas zonas del globo –vale la pena
recordar el intento de sindicar a la comunidad mapuche como “terrorista”
durante el gobierno macrista.
Agamben parte de la Teología política (1922) de Carl Schmitt
y su célebre definición sobre el soberano
en tanto “aquel que decide sobre el estado de excepción” y la excepción como “lo no subsumible”, lo
que “escapa a la comprensión genérica”. Historizando los albores del siglo XX y
el proceso acelerado según el cual después de la Primera Guerra Mundial el
estado de excepción devino en regla y paradigma dominante de gobierno, el
desafío era pues pensar lo imprevisto y las pautas de su normativización, reflexionar
cómo las reglas que ordenan jurídicamente un universo de situaciones vitales de
pronto se revelaban incapaces de aferrar el sentido de lo novedoso. Desde esta
perspectiva, es posible observar que el “Estado de excepción” ha expulsado al
mismo “Estado de excepción” vuelto regla manierista: la categoría entonces
evidencia su rotunda incapacidad de aprender lo real.
El esfuerzo de Agamben de pensar la
biopolítica contemporánea muestra no obstante los límites tautológicos de su
razonamiento. Como ha señalado en Homo
sacer, la “excepción” es la estructura originaria que funda a la
biopolítica moderna: esto es la política que incluye a la vida natural (la zoé pensada por Foucault que Agamben
retoma) dentro de los cálculos del poder estatal. Al incluir al viviente en
tanto nuda vita (vida desnuda) dentro del derecho mediante su exclusión (la
aceptación del estatus de ciudadano supone la denegación de lo mero viviente y
al mismo tiempo la puesta a disposición de la vida natural al poder político),
la política se vuelve bio-política y el estado de excepción, en dispositivo
político “ideal”. Pero, ¿el virus forma parte de la zoé? ¿Qué vida es la vida de lo no-viviente? ¿Qué tipo de vida, de orden
político o de Estado es posible pensar cuando lo no-viviente del virus se impone
con su negatividad en la nuda vita?
En
la situación de “excepción del estado de excepción” en que actualmente nos
encontramos, es imprescindible entonces interrogarnos sobre la estructura misma
de la situación de excepción. La peculiaridad de esta estructura reside en que
“la norma se aplica a la excepción desaplicándose, alejándose de ella”. La
situación que se crea –por tanto– en “la excepción de la excepción” del estado
generalizado de pandemia aporta un rasgo absolutamente singular, que no puede
ser definido ni como situación de hecho, ni como situación de derecho, sino que
instituye entre ambos estados un paradójico umbral de indiferencia que invita a
repensar todas las categorías sin caer en sofismas que, estabilizando estructuras
filosóficas o discursivas, enmarañen aún más letalmente el presente.
En ese hiato de la “excepción de la excepción” estamos,
con la urgencia de pensar la nuda vita viruseada y el poder soberano de
nuevo.
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