“CORONA-KILLERS Y OTROS DEMONIOS (5)”, por Jimena Néspolo





Tracción a sangre (inmune)


¡Atención! Señale la opción correspondiente antes de continuar:
1) ¿Usted es hijo de español e india, es decir: es mestizo?  
2) De mestizo y española, ¿es castizo?
3) De castiza y español, ¿es español?
4) De española y negro, ¿es mulato?
5) De español y mulata, ¿es morisco?
6) De morisca y español, ¿es albino?
7) De español y albina, ¿torna atrás?
8) De indio y torna atrás, ¿es lobo?
9) De lobo e india, ¿es zambaigo?
10) De zambaigo e india, ¿es cambujo?
11) De cambujo y mulata, ¿es albarazado?
12) De albarazado y mulata, ¿es barcino?
13) De barcino y mulata, ¿es coyote?
14) De mujer coyote e indio, ¿es chamiso?
15) De chamisa y mestizo, ¿es coyote mestizo? [1]
16) De coyote mestizo y mulata, ¿está perdido en el árbol de su sangre?
Por abstruso que parezca, imaginemos un mundo regido por Estatutos de la Limpieza de Sangre en que una sola de todas estas opciones fuera acreedora de  “sangre limpia”. Con la imaginería distópica que ha propiciado la pandemia, conjeturemos incluso la existencia de una sociedad regida por la certificación genealógica y el estamento en castas, caldeada al fuego de la iracundia religiosa, que inmediatamente ciñera como impureza, suciedad o mancilla a grandes porciones de la población. En un mundo así regido por la moral Inquisitorial, el tráfico de sangre y otros fluidos necesariamente habría de imbuirse del aura transgresiva del pecado y del deseo de mezcla. La América colonial es fruto amargo y lujurioso de esta extravagante paradoja: expulsados los judíos de España, a partir de 1492 la lucha contra el Mal continúa de este lado del mundo para encontrar en cada indio un horroroso Caliban. “Me enseñaste tu lengua; y el único provecho que le encuentro es el de saber cómo maldecirte. ¡La peste roja te lleve por haberme enseñado tu idioma!” –brama Caliban, el personaje-monstruo de Shakespeare en La Tempestad, esa obra inspirada en las noticias sobre el descubrimiento y la conquista de América, y también en el avance “Próspero” de un nuevo orden: el del Capital. 
Los Estatutos de Limpieza de Sangre –categoría racial exclusiva de la península ibérica[2]– eran reglamentaciones que impedían a los conversos y a sus descendientes ocupar puestos y cargos en diversas instituciones de carácter religioso, militar, universitario, civil, etc. Si bien estas ordenanzas aparecen durante el siglo XV son puestas en vigencia en los reinos españoles hacia el siglo XVI por todas las congregaciones y, luego, trasladadas a las colonias en beneficio de la discriminación del sistema de castas.   

Los refranes populares son archivos de la memoria social, nodos del lenguaje que sólo pueden ser comprendidos al observar la transformación histórica de las sociedades: Pobre pero limpitx guarda el recuerdo de esa fatua discriminación porque da por sentado que en la desposesión hay suciedad y que en la hidalguía hay sangre azul, resabios de prístina y “real” pureza. Aníbal Quijano llamó “colonialidad del poder”[3] al modo en que el eurocentrismo afianzó su dominio sobre América a través de procesos de racialización que instalaron entre los dominados un imaginario de inferioridad que se continúa hasta nuestros días. A diferencia del “colonialismo” –período histórico que en nuestro continente terminó en el siglo XIX con los procesos emancipatorios–, la colonialidad se inicia con la conquista de América, atraviesa la modernidad y –podríamos agregar– se hace presente hoy en los modos en que algunos gobiernos latinoamericanos (no) gestionan la crisis sanitaria provocada por el COVID-19 a la espera pasiva de una cura que provenga del norte.
A nivel global las estrategias que los distintos países están desplegando frente a la pandemia del SARS-CoV2 se organizan en dos tipos de tecnologías biopolíticas totalmente distintas. La primera, puesta en funcionamiento sobre todo en Italia, España y Francia, aplica medidas estrictamente disciplinarias de control que, en rigor, no son muy distintas a las que se utilizaron contra las pestes en siglos anteriores: lo que aquí llamamos ASPO (Aislamiento Social Preventivo Obligatorio) se trata del confinamiento domiciliario de gran parte de la población, una forma de gestión que no difiere demasiado de las políticas que describe Michel Foucault en Vigilar y castigar (1975), con el imperio de la lógica de la reclusión del paciente dentro de los enclaves hospitalarios y el aislamiento de los focos infecciosos a partir de muros y fronteras físicas. La segunda estrategia, puesta en marcha mayormente en países asiáticos, en Corea del Sur, China y Japón, supone el paso de técnicas disciplinarias y de control arquitectónico a modernas formas de ciber-biovigilancia: el énfasis está puesto en la detección individual del virus a través de testeos masivos, la vigilancia digital constante y estricta de los enfermos a través de los teléfonos móviles; activado el GPS, los dispositivos se convierten en eficaces instrumentos de rastreo que permiten seguir los movimientos de las personas infectadas, monitorear la temperatura y otros síntomas, alertar a su entorno, etc. La gestión de big data se convierte en el arma más eficaz y, a la vez, más temida del Estado ciberautoritario –modalidad que aquí apenas se insinúa tímidamente en la App Cuidar.  
Mientras en distintos puntos del planeta se ponen a prueba posibles vacunas y los optimistas afirman que para el 2021 podrían comercializarse a gran escala, a estas dos formas mayoritarias de gestión de la pandemia (el control disciplinario y la cibervigilancia) que los estados despliegan, Argentina brega por consolidar una tercera,  gracias a la rápida capacidad de respuesta de su sistema científico: la inmunoterapia.    
En la actualidad, Argentina participa junto a otros países de un ensayo clínico para evaluar la efectividad del tratamiento de transfusión de plasma a pacientes de COVID-19 que presenten complicaciones. Las personas recuperadas poseen en sangre anticuerpos que pueden beneficiar a quienes estén cursando la enfermedad. El problema es que no cualquiera puede donar (debe tener entre 18 y 65 años, estar clínicamente recuperado del Coronavirus, no debe tener ningún antecedente transfuncional previo, ni tampoco abortos y antecedentes gestantes), lo cual limita la capacidad de acopio de plasma para el tratamiento a gran escala. Con todo, la gran noticia de estos días es que científicos de la Universidad Nacional de San Martín desarrollaron un suero hiperinmune contra el COVID-19 a partir de plasma de caballos, que se encuentra en etapa de prueba. El primer gran avance importante se dio hace unas semanas cuando se pudo aislar una proteína recombinante de SARS-CoV2 que luego fue inyectada en equinos. Es que así como los murciélagos son capaces de albergar múltiples virus sin enfermarse, los caballos tienen la virtud de generar gran cantidad de anticuerpos capaces de neutralizarlos: es a partir de ellos que puede desarrollarse este suero hiperinmune, similar al de los pacientes recuperados pero cien veces más eficaz, y que permite ser producido a gran escala en corto tiempo. Esta tecnología es parecida a la que se usa hoy para tratar el envenenamiento por picaduras de serpientes y alacranes, intoxicaciones por toxina tetánica, exposición al virus de la rabia e infecciones como la influenza aviar.

Frente a las rancias monarquías europeas y el recrudecimiento, en los últimos años, de políticas inmigratorias que tristemente recuerdan a los Estatutos de Limpieza de Sangre (en Suiza, por ejemplo, para poder ser propietario de un inmueble es preciso demostrar genealógicamente la pureza de sangre suiza), Argentina, que desde el siglo XIX tiene a la inmigración y a la mezcla como pilares fundamentales del Estado-nación, esgrime incluso a partir de la Ley Nacional 25.936, promulgada en 2004, a la donación voluntaria de sangre como política de Estado.  
Es que, en rigor, la transfusión de sangre anticoagulada con citrato de sodio es una técnica desarrollada enteramente aquí por el médico y político argentino Luis Agote en 1914 (el mismo método que se sigue usando en la actualidad). Este es uno de los grandes acontecimientos de la historia de  la medicina, porque impactó directamente sobre la calidad de vida de la gente en un momento clave –de inmediato el mismo Agote pidió al gobierno nacional que transmitiera a los países beligerantes durante la Primera Guerra Mundial el éxito de la experiencia para que pudieran ponerla en práctica.
Curiosamente, 1492 es la fecha también del primer intento de transfusión sanguínea. La historia la relata Stefano Infessura y es considerada parte de la leyenda negra de la iglesia: el Papa Inocencio VIII cae enfermo y se le suministra por boca la sangre de tres niños de diez años de edad, que mueren de inmediato al igual que el pontífice. Otra tentativa notable fue la realizada por el doctor Jean-Baptiste Denys, quien en junio de 1667 describe el caso de un enfermo de sífilis que muere luego de haber recibido tres transfusiones de sangre de perro. El salto científico se produce en la primera década del siglo XIX, fecha en que se logró discriminar los diferentes tipos de sangre y cavilar que la incompatibilidad entre la sangre del donante y del receptor podía ocasionar la muerte. Al momento en que Agote desarrolla su método, sólo se realizaban transfusiones “de hombre a hombre” que consistían en el paso directo, a través de tubuladuras conectoras, de sangre entre el dador y el receptor. 
Observar la historia de las epidemias con la lente de la filosofía –sea que convoquemos la “biopolítica” de Michel Foucault, la “tanatología” de Roberto Espósito, o la “precariedad” de Judith Butler– nos permite llegar a una premisa simple que Paul B. Preciado resumió así: “dime cómo tu comunidad construye su soberanía política y te diré qué formas tomarán tus epidemias y cómo las afrontarás”[4]. Es que las distintas epidemias materializan en el ámbito del cuerpo individual las obsesiones que dominan la gestión política de la vida y de la muerte de las poblaciones en un periodo determinado; no caer en las trampas de la “colonialidad del poder” supone, a su vez, observar las singularidades culturales de esa gestión con justa ecuanimidad. 
Que la ciencia argentina desarrolle este suero de caballos para inmunizar a los enfermos de Coronavirus nos hace –simplemente– relinchar de orgullo y alegría.  



* Ilustraciones de Paula Adamo
 




[1] El listado corresponde a la Nueva España del siglo XVIII. El historiador sueco Magnus Mörner ha señalado que la noción de “casta” fue usada por las élites criollas  en la época de la colonia para marcar a las personas de sangre mezclada (entre indios, españoles y negros) y evitar cualquier sospecha sobre su linaje europeo. Mörner, Magnus. La mezcla de las razas en la historia de América latina. Buenos Aires, Paidós, 1969, p. 68.
[2] Canesa de Sanguinetti, Marta. El bien nacer. Uruguay, Taurus, 2000, p. 106.
[3] Las teorizaciones de Aníbal Quijano, producidas en la década de 1990, tuvieron múltiples contribuciones, entre las que cabe destacar las de Walter Mignolo y el entronque que hizo Enrique Dussel desde su filosofía de la liberación. Para Quijano, el poder colonial que España –Europa– instauró a partir de la llegada a estas tierras se puso en práctica no sólo a través de la dominación económica, política y militar, sino que se ejerció y sustentó también, y principalmente, consiguiendo que los dominados aceptaran como indiscutible la hegemonía epistémica de los paradigmas occidentales.  Quijano denuncia, así, el núcleo sobre el que se articuló la sociedad global a partir de finales del siglo XV y desde el cual se legitimaron y naturalizaron las relaciones de dominación presentes hasta nuestros días. Dicho núcleo consiste en la clasificación de la población mundial en torno a la noción de raza, por lo que el patrón de poder colonial encuentra su fundamento epistémico en la clasificación racial de las poblaciones. Para Quijano, Dussel y Mignolo, la crítica al poder colonial debe partir –por tanto–, ineludiblemente, de un cuestionamiento a su núcleo epistémico. Es decir: es preciso cuestionar los saberes que justificaron y dieron legitimidad al dominio colonial.  
[4] Preciado, Paul B. “Aprendiendo del virus” en: El País, 28/3/2020 [https://elpais.com/elpais/2020/03/27/opinion/1585316952_026489.html]

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