“CORONA-KILLERS Y OTROS DEMONIOS (6)”, por Florencia Eva González
Hambre y canibalismo: puntas del mismo lazo
Directo de
la usina de Netflix se estrena El Hoyo cuando
comienza la pandemia, ópera prima de Galder Gaztelu-Urrutia, premonitorio
espejo que propone una temporada en el encierro y que –según estimaciones de la
propia plataforma– se coloca al tope de las películas más vistas. En
contradicciones que no son tales, es un film distribuido desde el centro mismo
del sistema que critica al sistema. Una distopía del capitalismo desplegada en
una película técnicamente prolija, visualmente potente, basada en una historia
bien hilada narrativamente y que a pesar de su efectismo, acierta en una
cuestión fundamental: el centro del conflicto es la manera de racionar la
comida. Asunto que se expande en un hecho que involucra un acto tan primitivo
como vitalmente necesario como es comer. El
Hoyo reproduce a manera de la metáfora marxista, un edificio social pero en
forma de cárcel vertical que multiplica los pisos en más de 300 y cuyo
funcionamiento determina que “los de abajo” coman las sobras de “los de
arriba”. Si llegan... Como una teoría visual que muestra cómo se distribuye la
riqueza en el capitalismo, señala de manera descarnada la perversión del
sistema cuyo andamiaje es invisible igual que los hilos que mueven la
plataforma llevando los manjares de piso en piso. En la trastienda, se ven
cocineros pero no quienes idean o se benefician con esa estructura de poder y
dispositivo de control. Un sistema oprimente, que no utiliza la coerción
directa, domina los cuerpos mediante la comida haciendo que las personas se
maten unas a otras, como una lucha de pobres contra pobres, y maneja la
variabilidad del clima extremando el frío o el calor, mecánicamente activado. A
pesar de que algunos creen en algún orden meritorio, el sistema gestiona la misma
arbitrariedad que cualquier poder. Así, puede pasarse de un nivel a otro sin
motivo aparente, del cielo al averno como un Dante en los círculos del
infierno. Las “condiciones de vida” se traducen en tener acceso al banquete:
cuánto más alto se encuentre de la estructura, se obtendrá más comida y mejor
servida.
La película
abraza el horror haciendo aflorar los instintos más básicos de supervivencia.
El principio de desigualdad iguala en términos de humillación, agobio y
encierro; se debe comer de manera bestial, con las manos y en apenas segundos.
Una vez planteado el sistema, se revela la clave: la comida que parte del piso
cero –el más alto– alcanzaría para que
coman todos los habitantes. ¿Por qué no llega la comida “a los de abajo”? ¿La
culpa la tienen “los de arriba”? El protagonista Goren –que en indonesio quiere
decir “arroz”– lo entiende enseguida aunque no lo dice en esos términos: lo que
falta es “conciencia de clase”. Todas las personas independientemente del piso
en que eventualmente se encuentren, están sumidas en la misma lógica sin
asumirlo y no ven a los otros compañeros como iguales sino como enemigos. La
falta de “conciencia en sí” invariablemente redunda en ausencia de “conciencia
para sí”, un proyecto de acción para liberarse. Goren piensa. Si el secreto
está en la distribución, para que llegue comida a los niveles inferiores hay
que organizarse. Pero, ¿cómo pensar en un “otro” cuando se está literalmente en
el fondo del pozo? ¿Cómo hacerlo si los que están eventualmente en los estratos
elevados del edificio no están dispuestos a ceder el “privilegio” de llenarse
hasta explotar y olvidan que luego serán ellos los que recibirán migajas? Un
personaje, después de padecer largas temporadas comiendo sobras, lo explicita:
no quiere pensar en otros que no lo hicieron por él. ¿Cómo modificar ese
razonamiento? El protagonista intenta cambiar la lógica destructiva del “hoyo”
mediante la persuasión, grita, trata de convencer pero fracasa. Cuando accede a
un piso superior toma una actitud de “vanguardia” y decide actuar obligando por
la fuerza a cada habitante a racionalizar. Utilizando la violencia promueve, ya
no las conciencias pero sí las prácticas, algo así como: “sé solidario o te
mato”. El resultado de esa acción es confuso o en el mejor de los casos, queda
abierto. La humanidad en estado de animalidad vuelve a un punto de partida,
“comer o ser comido”, y a la vez conduce al capitalismo actual en dos puntas
que se tocan: hambre y antropofagia.
En 1968 se
da a conocer “Estética del hambre”[1],
un manifiesto impulsado por Glauber Rocha al tiempo que concebía
cinematográficamente sus obras más influyentes: Dios y el Diablo en la tierra del Sol (1964) y Tierra en trance (1967). En ese manifiesto reflexiona sobre el
hambre de América Latina como característica
fundante heredada del proceso de colonización. Aludiendo a su fuerza
reversible, piensa al hambre para oponerse a la estética digerible del cine
norteamericano, y a parte del cine local que lo imita, atacando esa capacidad
comercial que convalida mansamente valores imperialistas. En palabras del
Manifiesto: “Ahí reside la trágica originalidad del Cinema Novo ante el cine
mundial: nuestra originalidad es nuestro hambre y nuestra mayor miseria es que
este hambre, siendo sentida, no es comprendida. Nosotros comprendemos este
hambre que el europeo y la mayoría brasileña no entienden. Para los europeos es
un extraño surrealismo tropical. Para los brasileños es una vergüenza nacional.
El brasileño no come, pero tiene vergüenza de decirlo y, sobre todo, no sabe de
dónde viene ese hambre. Para el Cinema Novo, el comportamiento correcto de un
hambriento es la violencia, pero no una violencia primitiva. “La estética de la
violencia”, antes que primitiva es revolucionaria; es el momento en que el
colonizador toma conciencia de la existencia de un colonizado.”
Rocha
contrapone al hambre la imagen del caníbal asociada con la idea de consumo en
la lógica del capital, consumismo de bienes e ideas que trasunta en la
fagocitación de cuerpos que incluye desde la venta de órganos hasta la
explotación indiscriminada de animales, personas y tierra. El canibalismo
reabre el tópico de la globalización y reactiva los tiempos de la conquista en
que América se muestra como un “monstruo deseante”, reconfigurado y en pugna entre
la mirada imperial y el cuerpo del subalterno[2]. Una
gama que abarca desde Cristóbal Colón hasta Caetano Veloso.
Siguiendo
el camino de la descolonización, varios pensadores americanos han dado vuelta
el signo caníbal, utilizándolo como un tropo emancipador. Por nombrar alguno,
José Martí usa las imágenes del canibalismo, el sacrificio y el consumo del
cuerpo contra los administradores coloniales en Cuba y para caracterizar el
capitalismo monopólico y el imperialismo de los Estados Unidos. Además,
vampirismo y canibalismo aparecen como metáforas de amplio espectro, con y sin
especificidad marxista. Para Martí la economía norteamericana devora a los
inmigrantes; la industria y el cólera también. La ruta del siglo XX pasa por el
Manifiesto Antropófago de Oswald de Andrade, posición cúspide que ubica a la
antropofágica como un dispositivo cultural propio de América Latina: Sólo la antropofagia nos une: Socialmente,
económicamente, filosóficamente. “Comer” no supone sumisión, es una
catequesis de transculturación. Deglutir y masticar lo foráneo significa
absorber el legado cultural universal para utilizarlo en su contra. En la
antropofagia, el arma son los dientes y no se huye, se devora. No se trata de
una fuente reaccionaria ni pasiva, sino una medida de acción. No se adopta, no
se adapta; arremete, se toma al otro por asalto y se reelabora, no a partir de
la perspectiva conciliadora del “buen salvaje” idealizado bajo el modelo de la
virtud europea del romanticismo brasilero del tipo nativista, sino desde el
punto de vista irrespetuoso del caníbal –“mal salvaje”– que se relame con un
banquete de blancos.
Del otro
lado del signo, el hambre no es solamente un síntoma de alarma: es el nervio de
Latinoamérica. Fruto de siglos de colonialismo y políticas que en su mayoría
atendieron otros intereses, la pandemia pone en relieve que el continente de la
diversidad, caracterizado por la riqueza de la tierra y las materias primas a
raudales, sigue reproduciendo un modelo extractivista.
Como una
cara conocida pero sin pantalla, se multiplican las ollas populares, los
merenderos y el reparto de bolsones de comida para paliar el hambre acentuado
por la depresión económica que trajo el virus. En ese panorama, es más frecuente
escuchar dilemas sobre la post pandemia que buscar sus causas. La pregunta
sobre los factores que la provocaron es un enfoque ausente en la opinión
pública actual, silenciado en el candelero científico que aparece en los medios
y fuera de la primera plana de la información más allá de señalar la sopita de
vampiros. Entender por qué los virus se tornan cada vez más peligrosos induce a
pensar el modelo industrial de agricultura y, más específicamente, la
producción de ganado[3]
que genera patógenos cada vez más virulentos y mortales. Un recorrido que conduce
a otro tipo de vampirismo, el capitalismo, y a desenrollar un hilo
epidemiológico[4]
que apunta al corazón mismo del sistema: su forma constitutiva de producción.
*Ilustraciones de Paula Adamo
[1] Tesis
presentada durante las discusiones en torno al Cinema Novo, en ocasión de la
retrospectiva realizada en la Reseña del Cine Latinoamericano, en Génova, en enero
de 1965 luego convertido en Manifiesto en 1968.
[2] Carlos, Jáuregui. Canibalia. Canibalismo, calibanismo,
antropofagia cultural y consumo en América Latina. Madrid, Iberoamericana,
2008. Premio Casa de las Américas, categoría Ensayo 2005. Obra que examina la
figura del caníbal realizando una genealogía cultural y simbólica, desde las
concepciones europeas del nuevo mundo como monstruo salvaje, hasta las
narrativas históricas de los siglos XIX y XX.
[3] Hipótesis desarrollada por Rob
Wallace, biólogo y autor de Big Farms
Make Big Flu. Monthly Review Press, (2016) en español: Las grandes granjas producen grandes gripes, que trata sobre los
peligros de Covid-19 y la responsabilidad de la agroindustria. Sus principales
ideas pueden leerse en la entrevista realizada por Yaak Pabst, de la revista Marx21 de Alemania, publicada el 4 de
abril 2020.
[4] En los últimos años además del SARS, surgieron el Ébola, Zika, VIH,
H1N1 y variedad de influenzas aviares
y la fiebres porcina entre los muchos patógenos que vienen del mundo animal.
Como en la película "El Hoyo", la gente no ha tenido tiempo de reflexionar las causas de la enfermedad pandémica, sólo se ha limitado a repetir lo que los medios de comunicación transmitieron, con algún médico autorizado a contar la posible forma de contagio. Cuando apareció el pinchazo salvador, la clase vip recibió los primeros "platos" otros se precipitaron en los cielos viajando a lugares en donde pudieran pagarlos y colocárselo primero. Se observó el mismo comportamiento de supervivencia que en la macabra e inhumana película, pero esta vez... los de arriba, recibieron primero el veneno de sus verdugos.
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