“Aquí, a cantar”, por Felipe Benegas Lynch
Las canciones del muerto, de Edgardo Cardozo, Club del disco, 2018.
“Y la muerte es tan buena consejera en la vida
mejor cantar y merecer el baile del final”.
Así dice el último tramo de la letra de la “Milonga del bicho feo” que Cardozo cantaba con sus compañeros de Puente Celeste. La milonga, que comienza alegre y saltarina, luego de un interludio se torna menor, se suspende y estalla para luego ir disolviéndose. Ahí aparecen estas palabras que aluden a la muerte y al canto. La canción en su totalidad es una evocación del canto del pájaro y una reivindicación del canto en sí mismo.
En Las canciones del muerto, el último disco de Cardozo, la relación entre muerte y canto se complejiza. Cardozo ya no pone a la muerte como simple interlocutora, sino que se deja habitar por ella. El muerto no es el sin cuerpo, sino más bien aquel cuyo cuerpo se volvió tierra. Y la tierra es una voz infinita que no deja de transformarse. De eso se trata en gran medida este maravilloso disco: del “pensamiento extraordinario” de la voz, la voz entendida no tanto como lenguaje articulado y racional sino como sonoridad profunda de un cuerpo en contacto con los elementos: “la madera vieja” de la guitarra, la lluvia, el humo, las nubes.
No hay mayor profundidad para un cuerpo que la muerte. Es el límite final. Es sabido que hay palabras que le abren camino a esa voz del cuerpo y otras que la ocultan. Cardozo se apoya en su guitarra como en un báculo ancestral que lo conecta con lo hondo de la tierra y canta abriéndole paso a esa vibración elemental. Su canto es de una melancolía vertiginosa y alegre: toma materiales propios de la música ciudadana y los sacude telúricamente con astucia y desenfreno. Con aire de tango, dice en “Cumbia” (1): “y qué te importa si me voy... mejor me quedo” (luego de ese remate viene otro de esos momentos suspendidos, sobre una especie de pedal arpegiado con un silbido que se eleva por el fondo hasta que regresa el ritmo del comienzo). El “mejor me quedo” es un giro que nos saca del despecho tanguero y que conecta con el “aquí aquí aquí” de “Martín” (9). Hay una reafirmación de la presencia porque el muerto no es el que se fue, sino el que se esparce y amplía su punto de vista.
En “Martín”, las primeras estrofas del Martín Fierro son revisitadas por
Cardozo para reafirmar la potencia y la inmediatez del canto. Cardozo repite el
“aquí” como un eco para que se entienda: está, existe, más allá de la máscara
de forajido, de víctima o de emblema nacional. “Sin ropa y sin bandera”, como
dice en “Primavera” (10). Aquí, ha cantar. No hay más para decir. Está todo en
esas primeras estrofas del poema nacional que se despoja de banderas para hacer
sonar la existencia a fuerza de remolinos y retornos. Pura enunciación:
Me
pongo aquí, aquí, me pongo aquí
aquí,
aquí a cantar
al
compás del pensamiento
pensamiento
extraordinario, solitario
solitario
el hombre, solitario
una
pena, una pena desvelada el ave
un
ave solitaria la vihuela
una
pena desvelada la vihuela
Refrescada
la memoria consolada, desvelada
solitaria
canta la vihuela
canta
santos milagrosos
canta
santo entendimiento
¡Ayuda,
ayuda! Dios a la vista
la
lengua ruda, añuda, añuda
la
pena, el hombre, el ave
aquí,
aquí, a cantar
(Martín)
Son notables las incursiones de Cardozo en el repertorio de la poesía: sus versiones de Juan L. Ortiz o de Leónidas Lamborghini son verdaderas joyas en sí mismas. Ahora es el turno de Hernández. La voz es sin duda un “pensamiento extraordinario” y paradójico que dice mucho más de lo que podemos entender: es un “santo entendimiento” al que se invoca desde la caja hueca de la vihuela.
Y el entendimiento llega: Cardozo lo logra en su ensueño de plantas y tierra, de olor a lluvia de la infancia. La muerte consejera comparece y lo lleva de la mano para que él nos lleve a nosotros en su deambular “sonámbulo / funámbulo”. Como el “viejo que todo lo sabe y nada dice” Cardozo nos arrebata el aliento, ese “algo oscuro que se mezcla con el viento” y nos dice con la mayor seriedad posible (la del muerto): “se viene el agua, olor a lluvia, no tengo manos, soy solo nubes”.
Es cierto, sus manos ya no le pertenecen. Tanto
virtuosismo no parece posible, y sin embargo... El cante jondo de “Guitarra”
(3) nos revela el pacto realizado:
Cuando
dijo la guitarra que era de madera vieja, que tenía que cuidarla, que podía ser
mi abuela. Prometí darle mis manos, amarla la vida entera. Ahora ella es la que
pulsa, hizo cuerda de mi vena.
El
día de mi velorio les pido a los que me quieran traigan velas y guitarras cantos
para las estrellas. La fiesta de despedida todos vamos a tenerla. La guitarra
ahora escucha, vibra siempre que otra suena...
La fiesta de despedida y el baile del final son
la apoteosis del canto: pura vida en transformación. La guitarra escucha,
pulsa, canta. La muerte aconseja. Cardozo ya no está.
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