“FILOSOFEMAS DE LA CRISIS (4)”, por Jimena Néspolo
Las tautologías del cuerpo precario
Hace
pocos días, en un evento organizado por la Biblioteca Británica y la Galería
Whitechapel con motivo del 50 aniversario de la editorial Verso, Judith Butler
ofreció una conferencia dedicada
a analizar la situación de pandemia mundial que estamos atravesando, y cerró
con una sesión de preguntas y respuestas en vivo presidida por Amia Srinivasan.
La intervención se suma a otro breve artículo publicado a fines de marzo de
2020 en el blog de esa casa editorial y encadena una serie de ideas y conceptos
que ha venido desarrollando a lo largo de los últimos años, y que redundan en la base de la política
performática de los movimientos feministas y LGBTIQ actuales.
Butler
plantea que si bien es cierto que la pandemia de COVID-19 dibuja el contorno de
una crisis en sí misma, exacerba además las crisis preexistentes que el
capitalismo viene desencadenando desde hace tiempo en distintos órdenes de la
vida (climático, ecológico, monetario, de etnias, etc.). El imperativo de abrir
la economía y suspender la cuarentena, que se plantea en distintos países,
“tiene el costo de las vidas humanas y esas vidas son en general vidas negras y
latinas, que trabajan en tareas de servicios” –dice Butler: “Si buscamos
reparar el mundo o el planeta, entonces debe liberarse de la economía de
mercado que se beneficia de su distribución de vida y de muerte”.
Erróneamente
podría suponerse que sus reflexiones apuntan (solamente) a la situación de
EE.UU. –que ostenta el triste récord de muertes a causa de Coronavirus y de un
inexistente sistema de salud pública[1]–,
más bien se trata de mostrar la situación extrema de indefensión que
desencadena la máquina capitalista en la vida
precaria de las personas: “la incapacidad
de algunos estados o regiones para prepararse con anticipación (Estados Unidos
es uno de los miembros más notables de ese club), la insistencia de políticas
nacionales de cierre de fronteras (a menudo acompañadas de racismo temeroso) y
la llegada de empresarios ansiosos por capitalizar el sufrimiento global, todos dan testimonio de la rapidez con la que
la desigualdad radical, que incluye el nacionalismo, la supremacía blanca, la
violencia contra las mujeres, las personas queer y trans, y la explotación
capitalista encuentran formas de reproducir y fortalecer su poderes dentro de
las zonas pandémicas”[2].
Acertado
el diagnóstico, la proyección activista del pensamiento de Butler pareciera –no
obstante– en situación de “aislamiento social preventivo obligatorio” conducir
a una encerrona que coarta toda posibilidad política de lxs sujetxs. Llevado a sus
extremos, se podría argüir también que impulsar la performatividad de los
cuerpos precarios –como ha teorizado en uno de sus últimos libros, Cuerpos aliados y lucha política (2015)–
hoy supone la condena a encarnar el verso único de César Vallejo: “no poseo
para expresar mi vida, sino mi muerte”. Es que el virus impone un pathos trágico que viene a quebrar la
lógica teatral que el pensamiento de la filósofa ha desplegado desde sus primeras
teorizaciones, anudando progresivamente los conceptos de performatividad,
soberanía y poder de una manera problemática[3].
En
efecto, los conceptos de performatividad
y performance como pilares teatrales
de construcción identitaria del sujeto están en los inicios de su filosofía. La
tesis central de El género en disputa
(1990) se aboca a demostrar que no hay un esencialismo de género detrás de las
expresiones de lxs sujetxs, sino que su identidad se construye performativamente
mediante expresiones sociales y culturales adquiridas. Mientras que la performatividad daría cuenta de la
norma, esos patrones y restricciones que impulsan y sostienen determinados
estilos corporales y discursos que reproducen los modelos de lo femenino y lo
masculino aceptados culturalmente, la performance
observaría el modo en que esa autorrepresentación se singulariza en cada sujetx
en particular.
Florencia
Abbate ha señalado, certeramente, que la filosofía de Butler suscitó grandes
polémicas dentro de los feminismos porque se animó a proponer “una teoría
feminista que apostaba por ir más allá de la noción de las mujeres como sujeto político al cual el feminismo debía
representar”. Así, en el campo de la producción teórica feminista, el legado de
su obra implicaba una nueva crítica radical a la hegemonía simbólica de la
matriz heterosexual que, como propone en Cuerpos
que importan (1993), no solo organiza los cuerpos, sino que los materializa
de acuerdo con ciertas normas reguladoras; tal proceso se hallaría comandado
por fuertes restricciones en las cuales se negocian, incluso, los límites de lo
humano[4].
No
obstante, lejos de clausurar allí su pensamiento, en Vida precaria. El poder del duelo y la violencia (2004) Butler delinea
la noción de “precariedad” para dar respuesta principalmente a dos cuestiones:
qué significa volverse éticamente receptivos al dolor y el sufrimiento de los
demás, y qué marcos concretos permiten la representabilidad de lo humano y qué
otros no. Es que la desaparición de la fotografía analógica y la proliferación
de imágenes digitales compartidas en la web imponían en los albores del nuevo
milenio una serie de interrogaciones éticas sobre la distancia implicante de esas
imágenes. Cuando publica el libro todavía no se habían dado a conocer las torturas
de Abu Ghraib, ni se conocían en detalle las vejaciones de la Bahía de
Guantánamo, sí estaba en debate, a partir de la invasión de Irak de marzo de
2003, si el fotoperiodismo de guerra debía aceptar la regulación del campo
visual que imponía en aquel entonces el régimen de Bush; Butler centra su análisis
a en las fotografías de los cuerpos encadenados por el Military order impuesto a
partir del 2001, imágenes que hizo circular el Departamento de Defensa de los
EE.UU. como evidencia palmaria de la venganza exitosa llevada a cabo contra el
terrorismo: su reflexión demuestra cómo ciertas formas de dolor eran
reconocidas y ampliadas, nacional e internacionalmente invocando al duelo,
mientras otras pérdidas se volvían impensables, indoloras e invisibles.
Es en
su siguiente libro donde performatividad
y soberanía alcanzarán ya la
dimensión de un imperativo al observar
que la acción conjunta, en tanto forma de visibilizar los cuerpos, diseña aspectos
imperfectos y poderosos en la arena de la disputa política. El punto de clivaje
lo ofrecía la posibilidad de generar un acontecimiento pasible de ser
mediatizado y visibilizado a gran escala, capaz de oponer una resistencia al
poder concentrado. “El carácter corporizado de este cuestionamiento se
presenta, como mínimo, de dos maneras –dice en Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría de performativa de
la asamblea (2015)–: por una parte, las protestas se expresan por medio de
reuniones, asambleas, huelgas, vigilias, así como en la ocupación de espacios
públicos; y por la otra, estos cuerpos son el objeto de muchas manifestaciones
que tienen en la precariedad su impulso fundamental. A fin de cuentas, en el
cuerpo anida una fuerza referencial que llega junto con otros cuerpos a una
zona visible para la cobertura mediática: son este cuerpo concreto y estos
otros cuerpos los que demandan empleo, vivienda, atención sanitaria y comida,
amén de una percepción del futuro que no sea el futuro de una deuda imposible
de restituir; son este cuerpo concreto, o estos cuerpos concretos, los que
viven en condiciones en que la vida se ve amenazada, las infraestructuras
quedan aniquiladas, la precariedad aumenta”[7].
La encerrona
a la que conduce este pensamiento parece hoy sencilla de formular pero difícil
de resolver. Vedados los espacios públicos, la ocupación de la calle por parte
de esos cuerpos precarios implica no sólo la infracción más o menos explícita
de las normas expedidas por los gobiernos –infracción que acaso podría ser
festejable como último o primer ejercicio de la soberanía– sino que también supone
aumentar los índices de su indefensión. Manifestar la fragilidad del cuerpo en
situación de pandemia, devolverlo a la vía pública y a la mostración
performática de su vulnerabilidad, supone exacerbar su precariedad. ¿He de
quitarle visibilidad al cuerpo para guardarle tiempo de vida? ¿He de quitarle
tiempo de vida para darle visibilidad? El alarde performático de nuestra
fragilidad no quiebra mágicamente esa (auto)percepción ni nos inviste de poder:
apenas es un primer momento en que la soberanía despunta para recordarnos que
todo está por hacerse y por decirse.
[1] Si bien fue el eje de campaña de Obama,
poco pudo hacer al respecto; por su parte, Sanders y Warren defendieron un programa integral de atención médica
pública que garantizara la cobertura básica en todos en el país. Tal programa
pondría fin a las compañías de seguros privadas impulsadas por el mercado que
regularmente abandonan a los enfermos, exigen gastos de bolsillo que son
literalmente impagables y perpetúan una brutal jerarquía entre los asegurados,
los no asegurados y los no asegurables. Butler señala que “el enfoque
socialista de Sanders sobre la atención médica podría describirse más
adecuadamente como una perspectiva socialdemócrata que no es sustancialmente
diferente de lo que Elizabeth Warren presentó en las primeras etapas de su
campaña. En su opinión, la cobertura médica es un derecho humano lo que quiere decir que todo ser humano tiene
derecho al tipo de atención médica que requiere”. Butler, Judith, “Capitalism has
its limits” en: Verso, 30/3/2020 [https://www.versobooks.com/blogs/4603-capitalism-has-its-limits]
[2] Butler, ibid.
[3] A este anudamiento responde la
siguiente reflexión de una de las activistas impulsoras del movimiento Ni Una
Menos en 2015, Florencia Abbate, formulada en el Epílogo del libro Biblioteca feminista: “Acaso podríamos
dar la respuesta tentativa de que lo que mantiene a los feminismos visibles en
el espacio público es el poder. Pero no el poder entendido como una relación de
dominio que opera desde arriba hacia abajo, sino simplemente el poder como
aquello que aparece entre las personas cuando se reúnen y actúan juntas y
desaparece cuando se dispersan” (Biblioteca
feminista. Vidas, luchas y obras desde
1789 hasta hoy, Buenos Aires, Planeta, 2020, p. 302).
[4] Cfr. Abbate, ibid, p. 294.
[5] Butler, Judith. Vida precaria. El poder del duelo y la violencia. Buenos Aires,
Paidós, 2006 [2004], p. 17.
[6] Ibid,
p. 91.
[7] Butler, Judith. Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la
asamblea. Buenos Aires, Paidós, 2017 [2015], p. 17 (el subrayado es mío).
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